Se venía corriendo la bola que Lugano iba a venir a Celina con más de cien chabones, que los estaban reclutando de Lugano 1 y 2, de la villa de Escalada y de Copello. Resulta que una semana atrás habíamos ido a jugar a la pelota al Maristas por un campeonato que armaron los curas. Después del partido, que ganamos 3 a 1, un gordo bestial, al que le decían Oso, se la agarró con mi primo Tato. Pobre Oso, pura espuma, no sabía la que le esperaba. Tato era un pibe flaquito, como chupado, y de estatura normal. Pero las apariencias engañan, eh. Mi primo era uno de los pibes que mejor peleaba en Celina. A Peluca, al temible Peluca de los bajitos cerca del centro comercial, lo cagó a trompadas más de una vez. Tato era rapidísimo, de piernas y de brazos, una cosa de otro mundo. Una vez nos trenzamos, cuando éramos chicos. Fue en el campito de Celina. Los dos jugábamos para Bichitos Colorados, equipo mítico de los torneos infantiles de La Matanza. No sé por qué nos agarramos, pero sí me acuerdo la paliza que me dio. Por cada piña que le daba, él me devolvía 5. Cuando nos separaron, Gastón del décimo (del edificio 7) empezó a cargarme porque yo lloraba y reía al mismo tiempo. "Ríe-llora, ríe-llora...". Enseguida mi primo, que quería reconciliarse conmigo, me dijo que me hiciera respetar, que le pegara una trompada. Sin pensarlo demasiado, me acerqué a Gastón del décimo, que no paraba de reírse, y lo puse en el medio de la boca. "¿De qué te reís?". Al toque empezó a sangrar. Se fue a la pileta, sin decir nada. Mi primo Tato me felicitó y me abrazó. Nunca más nos volvimos a pelear y durante años fuimos pegados como garrapatas. Bueno, me fui por las ramas. Como siempre. Volviendo atrás, el Oso lo bardeó a Tato en el Maristas. La cosa es que mi primo lo fajó. Los amigos del Oso saltaron y nosotros también. Se armó un combate importante. La nota graciosa la dio uno de los Hermanos Maristas, que puso por los altoparlantes: "La paz esteeeé coon nosootros, la paz esteeeé coon nosootros, la paz esteeeé coon nosootros, que con nosotros, siempre, siempre esté la paz". Era bizarro.
Finalmente, el Oso y sus amigos, todos de Lugano 1 y 2, se fueron a la mierda, pero ojo, prometían venganza. El héroe del día fue mi primo, no cabía duda. Todos lo felicitaban.
Hay una canción de Pity que no me puedo despegar. Dice "somos indios latinos con guitarra eléctrica y comunicados a través de internet". Otra vez me puse tangencial, y bue. Lo que pasa es que al pensamiento le agarra efecto de Joule: donde hay corriente también hay producción de calor colateral. En fin, se decía que iban a venir con cuchillos, con cadenas y toda la sanata, es más, en una de esas traían fierros. Y que vengan, si quieren venir que vengan, dijo un borracho.
Un viernes a la tarde estábamos jugando en la Sociedad de Fomento. Seguro que el pasto estaba alto. Seguro que la pelota estaba ovalada. Seguro que había un árbol en el medio de la cancha. De pronto, un pendejo, que después no vi más, apareció corriendo y dando la voz de alarma, desesperado, que venía una banda haciendo pata ancha entre los edificios de la General Paz. Los rumores se hacían realidad. No había tiempo que perder. Nos repartimos. El cabezón Adrián fue a buscar a los escobitas, a Gusano, a Cocorocó y a los dos Juanchitos -el mayor cagaba a palos a toda la 137. Tino se encargó de Julio, Rober y los pibes de Caaguazú. A Petete le tocaron los pibes de Unanué, que eran un montón. Tato y Bomba, mi otro primo, fueron al 7 y al 11 a traer a todos los que encontraran.
Pasaron más o menos diez minutos y ya teníamos a los extranjeros encima. Venían re embalados y nosotros todavía sin refuerzos. Nos rodearon. "¿Dónde está Tato?", preguntaron. "Acá", les dijo Rafa, agarrándose los huevos. Nos empezaron a cascotear. Pensé que nos mataban, pero enseguida aparecieron nuestros monos, que salían de todos lados. De cada rancho de Celina por lo menos uno, hasta gente grande. Fue una gresca histórica. Los escobitas vinieron en motos. Duró como una hora. Mi primo Tato volvió a destacarse. También un pibe al que le decían San Martín. Dicen que ese día se inventó la frase "a cada chancho le toca su San Martín". No sé. Me gusta caminar en otoño, pisar las hojas caídas de los árboles, escuchar el ruidito que hacen al quebrarse. El raterío estaba más revuelto que nido de caranchos y a Lugano se le repudrió. Al Oso le volvieron a romper la cabeza. Les dimos para que tengan. Los corrimos hasta la General Paz. La frontera no la cruzamos, porque nunca se sabe. En una de esas nos tenían preparada una trampa. Cuando era chico un tío mío que fue a Estados Unidos me regaló unos chicles gigantes. Yo nunca había comido chicle. Me dijeron que tuviera cuidado porque si lo tragaba se me podía pegar en el estómago y morirme. A la semana siguiente de la pelea, hubo otro minicampeonato en el Maristas (duraban solamente un fin de semana). Nos anotamos como "Bichitos Colorados". Llevamos una banda de gente. Le pedimos a don Ángel, antiguo técnico de los Bichos, que nos dirigiera, y aceptó de primera. Estaba emocionado. Hasta conseguimos los trapos de aquella época. También llevaron un bombo. El chino y los guachos de Ugarte hicieron una bandera gigante que decía "Aguante Celina". Salimos campeones. Aguante Celina. El tiempo es una mancha de humedad. Los años son gotas blancas que van cubriendo las fotos que tengo en la cabeza. Pero todavía queda algo. Tato la rompió. Yo hice un gol con la panza, fue muy loco. En un corner, la pelota se cruzó a media altura, demasiado alta para el pie, demasiado baja para la cabeza, y la empujé con la panza!
Dedicado a Tato Cogorno.
3 comentarios:
Un gol con la panza!!!
Suena a accidente...
Buenísima la historia, Rex
Saludos
¨la panza de dios¨
.gracias kako.
.ja, muy buena, paula.
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