viernes, agosto 31, 2007

Rexistencia 41 - El ángel rollinga de cablevisión (2da parte)

(ver 1ra parte)

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Tal como le había prometido al pibe de cablevisión que me hizo una promo para fibertel, hoy pasé por las oficinas para llevarle un anillo de regalo.

Pasé a eso de las cuatro de la tarde.

—Hola —me acerqué a un tipo de seguridad—, ¿está Mariano, el chico que atiende ahí en las mesas?

—Salió a almorzar.

—Okey, vuelvo más tarde.

Para hacer tiempo me fui a once, donde compré mostacillas y distintos tipos de bolas y canutillos de colores para la nueva línea de collares de mi empresa (¡son un éxito de ventas!).

Tipo seis y media entré de nuevo a Cablevisión.

—¿Vos lo buscás a Mariano, no? —me preguntó una chica que no había visto antes (parece que se había corrido la bola). Por favor, tomá asiento, ya viene.

Cinco minutos más tarde, apareció el rollinga de una puerta lateral.

—Qué hacés, loco —me acerqué—, no sé si te acordás de mí. Hace unos días me hiciste una promo y yo te prometí que te iba a traer un anillo, así que acá estoy, cumpliendo mi palabra.

—Ah, sí —recordó—, vení —y fuimos hasta la mesa donde laburaba.

Nos sentamos. Yo saqué la caja de anillos.

—Gracias, muchas gracias —empezó a repetirme.

—No, man, gracias a vos. Elegite el que quieras.

—¿Los hacés todos vos?

—Una parte. Compro los moldes y después les sueldo las bases y les pego las piedras.

—Están muy buenos. ¿Dónde los vendés?

—En los bares de Palermo, a la noche.

—Che, estos me gustan mucho —señaló los anillos de resina.

Se los fue probando uno por uno pero no le iban los tamaños.

—Bueno —dijo—, le llevo uno a mi novia.

—Hagamos una cosa —le propuse—, llevate uno de piedras para tu chica, que son regulables, y la semana que viene te traigo uno de resina más grande.

—¿De verdad? Muchas gracias, pero no te quiero molestar.

—Todo bien. Mirá qué bueno este verde —le mostré un “Brillitos embriagadores”—, seguro le va a gustar.

—Sí, es lindo —comentó, con el anillo en la mano.

En ese momento nos dimos cuenta que, atrás de una columna que estaba al lado de la mesa, estaban semiescondidos un policía y el tipo de seguridad con el que había hablado más temprano. Le sacaban fotos a Mariano con los celulares y se cagaban de la risa.

—Loco, déjense de joder —les pidió el rollinga.

El policía y el otro se arrimaron a la mesa y lo seguían jodiendo a Mariano. Después de un rato, empezaron a mirar los anillos.

—Che, pero están buenos —dijo el poli.

—Puede probarse —le contesté.

—Me parece que le voy a llevar uno a mi jermu.

—Tienen inmensos poderes afrodisíacos —le conté, explorando los límites de la venta ambulante.

Todos se rieron.

—¿Este cuanto vale? —preguntó por uno azul.

—Diez pesos.

—Bueno, me lo llevo.

—Espere que le doy un sobrecito.

—Dale.

A partir de ese momento fue un efecto dominó, porque el de seguridad también se compró uno (para la hija) y las chicas de las cajas se acercaron para ver qué estaba pasando (les vendí a todas).

Estuve sentado en esa mesa, que se había convertido en un puesto de feria, casi media hora, rodeado de cajeras que se probaban todos y cada uno de los objetos maravillosos.

Mientras en Cablevisión se formaba la Comunidad del Anillo, las filas de clientes, boletas en mano, crecían frente a las ventanillas y pronto el fastidio inundó la sala.

Tuve que levantar las cajas antes de que se revolucione todo. El aire se cortaba con una tijera. Le prometí a Mariano traerle el anillo de resina la semana que viene.

Pedí permiso y fui saliendo despacio, atravesando las filas. Los empleados me saludaban, contentos, embriagados, afrodisíacos.



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anterior:

Rexistencia 40 - El ángel rollinga de cablevisión (1ra parte)

jueves, agosto 30, 2007

El comienzo de Frankenstein

El Campito

3

Los primeros rayos del sol se filtraban por la persiana de mi pieza y los ruidos de cada mañana se ponían en marcha: en la pared retumbaban los golpes de mi vecino, el viejo Don Martín, que moldeaba con la maza su eterna construcción; en la calle parecían explotar, uno atrás del otro, los cajones de botellas contra el suelo, que los repositores descargaban frente al almacén de la Juanita; en las copas de los árboles, cientos de pájaros conventilleros, más que cantar, gritaban desaforados. ¿Quién podía dormir con semejante escándalo? Esta vez, yo no me preocupé demasiado ni me tapé la cabeza con la almohada, porque hacía rato que tenía los ojos abiertos. Es que estaba pendiente de que llegara Carlitos el borracho.

Por suerte no se hizo esperar:

—“Llega el sol tímidamente —anunció cantando la voz ronca— sobre la casa dormida y le da la bienvenida un canario, alegremente.”

Abrí la persiana.

—Carlitos, qué suerte que vino.

—¿Pero cómo no voy a venir? ¿Acaso dudabas de mi palabra?

—No, para nada. Espere que ya salgo.

Fui a la cocina y abrí la lata de las galletitas; despacio, para que no me escuchara mi vieja. Me llené las manos de bizcochitos y salí a la calle.

—Entre, sentémonos acá —lo invité a pasar al porche.

—¿En qué estábamos?

—¿Quiere bizcochitos? —le ofrecí, abriendo las manos.

—Cómo no; muchas gracias, pibe. ¿En qué estábamos? —insistió.

—En que usted y Gorja entraron al túnel con los enanos, para escapar del Frankenstein.

—Ah, sí, era un lugar abandonado de Obras Sanitarias…



“… una cueva tan oscura que ni las antorchas que improvisaron los enanos podían iluminarla. Estaba lleno de gente, hasta el fondo, si es que había un fondo.

Gorja me presentó a su familia y a algunos vecinos:

—Estas son mi mujer y mi hija, Elisa y Juana Mercante, señor Carlitos; éste es Pablo Mercante, mecánico; éste es Julio Mercante, pescador; ésta es Sofía Mercante, vendedora…

Los fui saludando uno por uno. Todos tenían más o menos la misma estatura, salvo por un señor que estaba sentado a un costado. Cuando se puso de pie, me impresioné. Era bastante más alto que yo; su cabeza tocaba el techo y por eso debía caminar inclinado.

—Buenas —me ofreció la mano.

Lo miré con un poco de miedo.

—No tema señor —me tranquilizó Gorja—, es alto pero es buen hombre; alguna cuestión genética lo hizo crecer más de la cuenta. Se llama Aldo, es el famoso enano gigante. Trabaja en la Municipalidad, se encarga del mantenimiento del alumbrado.

—Qué tal —lo saludé.

—¡Muchas gracias! —me encaró la esposa de Gorja cambiando de tema—, por haberle salvado la vida a mi esposo.

—No hay de qué, señora.

—Estamos en deuda con usted —siguió—. ¿Tiene hambre?

Antes de que pudiese contestarle ya tenía un plato de guiso en la mano.

—Gracias —le dije—. ¿Tendrá un poco más para mi compañero? —le señalé al gato.

—Pero cómo no —y le puso un plato en el piso.

—¡Atención! ¡Atención! —pidió un enano—, está por empezar la asamblea en la parte ancha. Cada familia debe mandar un representante.

—Venga —me invitó Gorja—, acompáñeme.

Tanto el gato como yo, comimos lo más rápido que pudimos y después lo seguimos a Gorja hacia el interior del túnel, lentamente, porque Aldo, el enano gigante, venía con nosotros caminando muy despacio, por ir agachado.

Avanzamos más de trescientos metros y llegamos a una curva. A partir de ahí, el camino empezó a zigzaguear. Delante nuestro, la peregrinación de antorchas que cargaban los representantes parecía una serpiente de fuego. Era una visión terrorífica. Todos iban tarareando la melodía de la marcha peronista. Era una canción sepulcral. En el techo, la humedad había formado miles de estalactitas sobre las vigas.

—Esto parece la entrada del infierno. ¿Falta mucho, Gorja?

—No, señor Carlitos; ya casi estamos.

Hicimos unos pasos más y el camino se abrió en tres. En el centro, una escalera desembocaba en un nivel inferior donde había piletones de distintos tamaños y una gran explanada; a los costados, dos corredores con barandas rodeaban la plataforma de abajo y desaparecían, unidos, del lado de enfrente, en una puertita que parecía cerrada, a media altura sobre la pared.

—Esta planta —me explicó Gorja— fue construida para abastecer de agua a todos los barrios bustos del campito. Se alimentaba de ríos subterráneos, pero a mediados de la década del sesenta se secó completamente. No se sabe bien qué pasó, pero algunos creen que fue un atentado de la oligarquía, que nos habrían chupado el agua de las vertientes con bombas gigantescas, supuestamente instaladas del otro lado de la General Paz, escondidas en los terrenos que Vialidad Nacional tiene en Villa Lugano.

—Qué bárbaro. Y decime, ¿aquella puertita adónde lleva?

—Es la salida de emergencia; da a una escalera que sube hasta la superficie, cerca de los campos galvanoplásticos.

—Va a empezar la asamblea —nos avisó Aldo, el enano gigante.

Tan concentrado estaba en la estructura del túnel que me había olvidado, por un momento, de la cantidad de gente reunida ahí abajo. Había mucho nerviosismo. Algunos gritaban; otros cantaban canciones políticas.

De pronto un enano, vestido con poncho patria, se subió al borde de uno de los piletones, que en este caso servía como una suerte de escenario. Los representantes, eufóricos, empezaron a corear su nombre:

—¡Cardenaaal!¡Cardenaaaal!

—¿Quién es ese? —pregunté.

—Cardenal Mercante —contestó Gorja—, el caudillo de nuestro barrio.

—“El compañeero Cardenaaal es un tesoooro nacionaaal! —gritaban ahora.

—¡Compañeros! —gritó Cardenal, y los representantes gritaron más fuerte.

—¡Compañeros! —insistió el caudillo, y la gente hizo silencio—. ¡Están atacando al Barrio Mercante! ¿Qué vamos hacer al respecto?

Los que estaban adelante empezaron a cantar:

—¡Paredón, paredón, a todos los gorilas que no quieren a Perón!

Enseguida se sumó el resto de la gente y la cueva retumbó. Todos saltaban. El final de la canción se repetía por el eco.

—¡Paredón, paredón, a todos los gorilas que no quieren a Perón Perón Perón!


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El campito - anteriores

1 - Carlitos el borracho y su historia del gato montés

2 - Riachuelito

miércoles, agosto 22, 2007

Nota sobre el interpretador

por Sabrina Campos


SC: ¿Cómo surgió la idea de hacer la revista?

JDI: Venía escribiendo desde hacía tiempo. En el año 2002, quería empezar a publicar, pero todos los espacios parecían cerrados. Entonces, conocí internet. Mandé colaboraciones a diferentes revistas, casi todas españolas (Babab, EOM, The Barcelona Review). Las únicas argentinas de esa época, que seguían una lógica revisteril y no tanto de portal, eran Axxón y La idea fija.
Estaba tan entusiasmado con el nuevo soporte que pensé en hacer mi propia revista, aunque no sabía nada de diseño ni programación. Entonces habré escuchado un consejo de Fabián Casas, “hay que hacer el medio que uno necesite para lo que se quiera decir”, así que me interné un verano y estudié diferentes tutoriales que me fui bajando de la web.
A finales del 2003, convoqué a varios compañeros, provenientes algunos de un grupo de lectura que se llamaba “El potrero” y otros del seminario sobre Narrativa Argentina de los 90 que dictó Silvia Saítta. La revista se llamaría La máquina excavadora.
Por diferentes motivos, aquella publicación tuvo un solo número. A los dos meses, inicié una nueva revista: el interpretador. La empecé solo, con un consejo editorial imaginario. Después, con el paso del tiempo, fui invitando a algunos amigos para que se sumaran, hasta llegar a ser diez personas.
SC: ¿Cómo fue el proceso por el cual pasaron de ser una revista más de Letras en la Web, de las que hay miles, a convertirse en una especie de referencia clara en la materia?
JDI: En realidad, no hay tantas revistas en la web, o no las había en aquella época en Argentina; sí había blogs, foros, portales y bibliotecas. La idea con el interpretador era hacer una revista clásica, con portada, sumario de número, tapa y contratapa, que reemplazara su contenido en bloque. Creo que esta adaptación del formato tradicional al nuevo soporte tuvo importancia en relación al proceso de legibilidad que muchos nuevos internautas, sobre todo gente grande, estaban experimentando. En ese sentido, el interpretador fue recibida, desde el comienzo, como una revista similar a las de papel, siendo más fácil su legitimación, más que nada teniendo en cuenta que, como todo lo nuevo, Internet también generaba desconfianza. Pero más allá de esto, lo más importante fue la consolidación del consejo editor, el trabajo y la dedicación que todos mis compañeros pusieron a la hora de armar cada número, de conseguir y/o escribir buenos textos, de pensar modos potentes de intervención. Finalmente, todo ese laburo fue reconocido.
SC: ¿Cómo hacen el trabajo de colaboraciones? ¿Quién puede colaborar con la revista? ¿Cómo se hace la selección de calidad de los contenidos?
JDI: Cualquiera puede mandar sus textos. En los últimos tiempos, el caudal de colaboraciones ha ido en aumento. Recibimos un promedio de 5 colaboraciones diarias, tanto de Argentina como del resto de Latinoamérica y España. Se complica un poco leer todo, pero por ahora nos las vamos arreglando. Además, pedimos textos a autores que nos interesa publicar.
SC: ¿Cómo es el funcionamiento interno de la revista? ¿Quién toma las decisiones? ¿Cómo se decide el tema principal de las notas de cada número?
JDI: En esta época la revista es trimestral. En el período anterior a la salida de cada número, elegimos un coordinador (rotativo) que se mantiene al tanto del trabajo de todos. Esta persona se mantiene en contacto directo conmigo, que soy el que se encarga del diseño y la estética visual. La revista está dividida en secciones (narrativa, poesía, aguafuertes, etc.). Para trabajar cada zona, nos dividimos en células de dos o tres personas. En las reuniones (semanales), cada célula informa al resto del trabajo de selección y edición que viene haciendo. De este modo, todos estamos enterados del sumario general. Cada célula se encarga, además, de corregir los textos de su sección, de conseguir los datos biográficos de los autores, de presentar, en algunos casos, las obras. Por otra parte, los números suelen tener uno o dos dossiers temáticos. Esto solemos discutirlo y trabajarlo entre todos; es, probablemente, la zona del sumario donde la línea editorial se hace más evidente. Mis compañeros de la revista son Inés de Mendonça, Camila Flynn, Marina Kogan, Juan Pablo Lafosse, Juan Leotta, Juan Pablo Liefeld y Sebastián Hernaiz. Además, trabajaron en la sección artes visuales Mariana Rodríguez Iglesias, Juliana Fraile y Florencia Pastorella.

SC: La revista se hizo famosa por su diseño y en especial sus ilustraciones de tapa y contratapa ¿Cómo se eligen las imágenes de ilustración? ¿Qué criterio o búsqueda estética está implicada en la elección?

JDI: El diseño lo fui armando de a poco, a medida que fui aprendiendo más cosas. La evolución puede verse si se revisan los números anteriores. Los primeros tienen poco sentido de la composición, tamaños de fuente grotescos y por momentos mal gusto. El fondo negro en los marcos y la letra negra sobre un fondo de textura gris son elementos que estuvieron desde el comienzo; esta estructura la tomé del diseño de la revista EOM, de Barcelona. En cuanto a las tapas y las portadas, todas las fui eligiendo de distintas galerías de arte contemporáneo. Fue un trabajo de búsqueda que me llevó mucho tiempo, y también placer. A partir del número 8 –que tiene tapa de Mark Ryden-, la revista empezó a teñirse de sangre y a seguir, generalmente, una línea de ilustración tipo hentai, donde prevalecieron suicidios y flagelaciones, casi siempre de niños. Además de Ryden, recurrí a artistas como Odd Nerdrum, Blanka Dvorak, Hasama, Tetsuco, Kolaboy, Marcel Dzama, Trixis y Seonna Hong, entre otros. La estética tuvo éxito enseguida. Personalmente, prefiero tomarla metafóricamente. Ahora se me ocurre que esos niños somos nosotros, hijos sensibles del capitalismo, sangrando sus angustias privadas en la literatura que se hace pública en la web. Esas imágenes son modos de representación de expresiones viscerales: la literatura, el arte y el pensamiento.
SC: Han tenido colaboraciones de escritores, críticos, han estado en la boca de personas importantes del medio, ¿Cómo fue el proceso que tuvieron que pasar para conseguir este tipo de atención?
JDI: Se fue dando solo, por trabajo y constancia. Creo que al principio la revista entró por lo estético; llamó la atención desde ahí. Los autores que publicaban quedaban contentos con la presentación de sus textos. Después, fue una bola de nieve. La idea siempre fue mezclar autores reconocidos con otros inéditos. En cuanto a los “famosos”, simplemente empezamos a pedirles textos a quienes nos interesaban, y la mayoría nos mandó algo, porque, conocidos o desconocidos, con aura o sin aura, del mundillo o del mundo, all you need is love.

SC: Toda revista, por más que se aloje en internet, suele requerir un mínimo mantenimiento. ¿Cómo se financian ustedes?

JDI: Al principio, poníamos guita de nuestros bolsillos; después, en un momento, conseguimos un subsidio, que ya se acabó, o sea que ahora vamos a tener que poner plata nuestra de nuevo. Igual, estamos pensando en juntar fondos con algún evento, o algo así. Está por verse.
SC: ¿Qué opinan de las otras revistas del medio? ¿Las consideran una competencia? ¿Hay posibilidades de compartir el mismo ámbito y los mismos temas sin caer en una competencia? ¿Se compite por el lector de internet aunque no se compita por dinero?

JDI: No pensamos en términos de competencia. La literatura es un hecho social, se moldea colectivamente. Los diferentes proyectos y publicaciones, las revistas y los blogs, se vinculan en mayor o menor medida y se retroalimentan, en los debates y en la difusión.
SC: ¿Tienen pensado desarrollar algún otro emprendimiento (lease Editorial, revista en papel, subproducto, charlas, lecturas, etc.) como desprendimiento del éxito que tuvo El Interpretador en la Web?

JDI: A veces organizamos lecturas. Si tuviéramos plata, y tiempo, probablemente sacaríamos algo en papel. De todos modos, el interpretador está ligado estrechamente al soporte virtual, nació y creció en él, y me animaría a decir que allí morirá, algún día, adornada de links rotos y páginas de error 404.
La verdad es que le debemos mucho al soporte: los bajos costos, las herramientas y programas que nos permitieron darle forma, su circulación masiva (la revista alcanza un promedio de 3000 visitas diarias).
SC: ¿Se defiende una línea política y/o línea de lectura y/o concepción de la literatura para el interior de la revista? ¿Cuáles?

JDI: Como en todo grupo, hay distintos intereses y gustos. Pero es como dijo el General: “… los hay combativos, los hay contemplativos, los hay ortodoxos, los hay heterodoxos, pero todos trabajan”.


http://www.elinterpretador.com.ar/

lunes, agosto 20, 2007




de hoy a la tarde con la guitarra

Lam fam mi7 lam

Rueda la rueda
el micro que lleva
los pasajeros
que levanté

de todas las manchas
de las humedades
en la pared.


Rem sol7 doM Fam Rem SolM DoM lam Fam Mi7 Lam

Azúcar de vidrio
revuelta en el cuerpo,
si no fuera dulce,
si no fuera rica,
si no fuera fresca.


Rem sol7 doM mim lam fam Lam fam mi7 lam

Porque al final
las piedras son blandas como el pan
y el pan
si está servido en la mesa está duro y no se puede comer.
Porque al final
las calles son blancas como la sal
y la sal
si está servida en la mesa es amarga y no se puede probar.


Rem sol7 doM Fam Rem SolM DoM lam Fam Mi7 Lam

Azúcar de vidrio
revuelta en el cuerpo,
si no fuera sangre,
si no fuera hueso,
si no fuera carne.

viernes, agosto 17, 2007

Rexistencia 40 - El ángel rollinga de cablevisión

Esta historia empieza cortada por una tijera, de derecha a izquierda, en línea paralela a las cejas y rayando la mitad de la frente, hoy a la tarde temprano frente al espejo de mi baño. Adentro, la garúa color castaño claro caía despacio sobre el lavatorio; afuera, el cielo stone de mi país llovía más rápido, como en un reflejo acelerado, mechones sobrantes.

Cuando salí del baño, caminé el pasillo cadereando a la par de mi aleteo de pollo y enseguida conseguí pareja de baile, un cuadrúpedo parado en dos patas que mordía las mangas, bestia peluda y cachetona con patitas de frutigram. Al llegar al living, levantamos el volumen. El rock and roll saca lo mejor de nosotros.

Después de un rato, me despedí de Ayax y salí a la calle para hacer unos trámites, el primero en Cablevisión, porque este mes no me llegaron las boletas de cable y de fibertel, que, como muchos sabrán, salen uno ojo de la cara y más de veinte anillos de las cajas.

Cuando entré a las oficinas, me puse en la cola. Había poca gente. En la pared, varios televisores, empotrados uno al lado de otro, pasaban películas y dibujitos animados.

Me estaba enganchando con un western del año del pedo, cuando una chica se acercó a peguntarme qué necesitaba. Le conté que no había recibido las facturas del mes y estaba por decirle algo más pero me interrumpió.

—Vení por acá.

Me llevó hasta una mesa, donde atendía un flaco de unos treinta y pico de años con una cara de larva que me llamó mucho la atención. La chica le explicó mi asunto y le pidió que me atendiera. Tomé asiento.

Nos caímos bien enseguida.

—Qué hacés loco.
—Qué hacés.

Usaba flequillo igual que yo; además, llevaba puesto un arito y un collar de semillas o algo así.

Me pidió la dirección y el nombre y apellido y todo lo ingresó en la computadora. Después me preguntó:

—¿Vos tenés una promo?
—Ehhh –dudé-, no, creo que no. Me dieron una hace tiempo porque no tenía guita pero me parece que ya no corre más.
—Sí, caducó —dijo con tono muy capo, y yo me quedé pensando que estaba buena esa palabra (“caducó”) y que la iba a usar en algún momento.

Guardó un rato de silencio, colgado con la pantalla como si lo hubieran hipnotizado. Yo me quedé en el molde y esperé, paciente. De pronto, el flaco me miró fijo a los ojos y me dijo:

—¿Querés pagar menos?

Tardé un rato por la sorpresa, aunque no mucho, hasta que reaccioné.

—Y… sí.

No se hable más –alguien habrá pensado-, porque de nuevo volvimos al silencio. El flaco se puso a teclear. Yo lo espiaba y descubrí que me estaba dando fibertel de baja. No dije nada. Al toque agarró el teléfono, marcó un par de números y habló con alguien.

—Che, te pido pemiso para dar una promo dos cuarenta –o algo por el estilo.

Le dijeron algo y él explicó:

—Lo mismo de siempre. El cliente pide la baja por razones económicas.

Le dijeron algo y él contestó:

—Joya.

Me miró otra vez, esta vez sonriendo, y me contó que a partir de septiembre pagaría la mitad, ¡durante un año!

—Qué grande loco, mil gracias, ¡me viene re bien! ¿Cómo te llamás?
—Mariano.
—Yo soy Juan, un gusto —y nos dimos la mano.
—Ahora –me indicó- andá con este número de código al rapipago de acá a la vuelta, donde hay una lotería, y pagá lo de este mes que a partir del próximo ya corre con descuento.
—Gracias –le repetí varias veces-, qué buena onda, te voy a traer un anillo de regalo. Yo vendo anillos –le expliqué-; son casi todos de minas, pero se lo podés regalar a alguien.
—Mató –dijo, y se puso a laburar en la computadora.

Yo salí otra vez a la calle y caminé rápido, con una sonrisa de oreja a oreja. Las viejas estaban en las cuevas, los pajaritos cantaban, las viejas se levantaban, que sí, que no, que cayera un chaparrón, abajo del colchón.

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anterior:

Rexistencia 39 - El viaje después de la venta de objetos maravillosos

martes, agosto 14, 2007

Ilusiones perdidas

Lo que es la tecnología:
El hombre llega a la luna
y las flores caminan.

Cuando la miro es una chica preciosa;
cuando la toco se le caen los años encima
y se arruga
como una pasa de uva.

Son las ilusiones perdidas,
que ayer comentaba Juan Román Riquelme
después de la presentación.

Paredón, paredón,
a todos los traidores
que dejaron la reunión.

Una clienta se probaba un anillo afrodisíaco llamado “brillitos embriagadores”
que embriagaba ojos, emborrachaba las pupilas de tan solo mirarlo;
yo no quería verlo mucho porque me nublaba la vista
pero alcancé a decirle “te queda como anillo al dedo”,
y me gané diez pesos.
A mí me gustan las frases cursis cuando vendo objetos maravillosos en el bar
porque dan buenos resultados igual que los lugares comunes que todos entienden;
a mí me gustan los fraseos comunes cuando escribo
-tipo “se venía corriendo la bola” o “con una carita que ni te cuento”-,
es una manera de hablar en la hoja con mi propio idioma
porque no me parece interesante
darse chapa con la prosa cultivada;
eso que lo haga la gilada.

Cualquiera puede escribir bien,
es cuestión de entrenarse y aprender la técnica,
pero eso no es un gran mérito;
hay buenos autores que escriben mal toda la vida,
pero tienen ojo y oído,
imaginación y sentido
a la hora de meterle experiencia
a la literatura,
tocarle la esencia,
desarrollarle potencia
a cualquier zona narrativa
de la realidad.

La función social del escritor
es decir
lo que otros sienten
y no pueden decir,
por eso a la hora de escribir
hay que hablar más
y escribir menos.

Una clienta se probaba un anillo afrodisíaco llamado “Palpitaciones”
que le daba taquicardia a cualquiera que lo mirara;
yo no quería verlo mucho porque me subía el ritmo cardíaco
pero alcancé a decirle “te queda como anillo al dedo”,
y me gané diez pesos.

No te digo mi vida,
te digo mi amor,
porque mi vida se termina,
y mi amor por vos no.

Cuando la miro es una chica preciosa;
cuando la toco se le caen los años encima
y se arruga
como una pasa de uva.

Son las ilusiones perdidas,
tantos proyectos,
tanta expectativa,
¿y qué queda?
nada queda,
nada queda,
nada queda.

Salta, salta, salta,
pequeña langosta,
la Ñ y ADN
son la misma bosta.

Volvemos a la cama
que es un gran lugar
para dormir
o también para fifar.

sábado, agosto 04, 2007

Ya es de día/la gran estrella está prendida/
ha sido hecha a la medida de mi ojo/ es un flash
que alumbra la ausencia de mis seres queridos/
puede ser blanca o negra/qué más da/
si es oscura o directamente invisible/qué más da.
Hoy sólo puedo escribir poesía/
no me hables porque no puedo escucharte/
no me escribas porque no puedo leerte/
los árboles están al revés/las raíces al cielo/
las copas enterradas como muertos/
las hojas respiran el fondo de la tierra.
Por la ventana puede verse la calle del pasado/
un infierno negro rebosante de vida/
donde los jóvenes muerden limones en el
medio del humo/ en esos rostros lejanos
veo mil caras cercanas/ sus risas bestiales
eclipsan la luz de mi pieza/ quisiera irme con ellos/
entrar en acción/ salir de mis pensamientos/
atravesar los cerramientos/
pero mis dedos son lápices en el vidrio /
perforan el sueño con la porquería/
sangran la nube por la poesía/
deslizan sus aguas en el velo de hoy.
Porque he sido infectado con la porquería/
ya no puedo caminar/ no puedo cantar/
ni hablar/ ni decir o mover
alguna parte del cuerpo salvo las manos/
manifestantes anacrónicas sobre el teclado/
en la poesía de mi mundo duplicado/
pajaritos estrellados/ embanderados/ encapuchados.
No me busques ni quieras llamar la atención /
no me pidas que te mire porque no tiene caso/
la vista está perdida/ metida / debajo/
en el líquido de una bolsa fantástica/
allí los ojos se arrugan en posiciones fetales/
y en los más viscerales/ recodos /
me esconde la vegetación de una selva
que nunca vas a pisar/
en las márgenes de la formación reticular/
donde los cables de tu activación general/
no llegan ni llegarán.
El agua tiene gusto a vino/
hasta los chicos se han puesto borrachos/
nadie dice bien las cosas/
la sintaxis se rompe como las olas del mar/
las anécdotas ya no se pueden contar/
el lenguaje es como la bandera
de la manifestación/ la única manera
de llevarla abierta en la calle/
es llenarla de agujeros/
y que el viento la pase a través.
Por eso/esta calle sin conciencia /
salta casilleros/piedra tras piedra /
cuando la veo/ sólo puedo escribir
poesía/ mirarla como una imagen partida /
uno dice que es expresionismo/
otro que es impresionismo/
uno mira el paisaje/ otro la cara.