sábado, septiembre 08, 2012

En la noche de los niños

No volaban las palomas, no volaban los murciélagos,

era de noche por la oscuridad más que por la hora,
el día jamás había existido en las memorias agitadas
de las niñas y los niños golpeados por sus padres;
todos corrían por los bosques de antenas y de torres
cuando llovía a cántaros el agua fantasmal
una lluvia que no tenía padre ni madre como ellos,
que no era de las nubes porque no había nubes,
que no era del cielo porque no había cielo;
los chicos corrían sin gravedad por la colectora;
parecían astronautas flotando en la General Paz;
con sus trajes agujereados por meteoritos y asteroides
viajaban en la zanja cirujas infantiles del espacio;
de las respiraciones y del viento cada uno, uno solo,
todos, uno, solos, por las calles olvidadas,
perseguidos por látigos, puños y alfileres,
no volaban, pero saltaban; no peleaban, pero corrían;
allá se iban; yo los vi, porque también corrí con ellos:
nos arrojaban lo primero que encontraban,
si era un plato, si era un libro, no importaba,
cualquier objeto de la civilización era bienvenido
contra las cabezas de los niños escapando
en las calles, en la escuela y en el mundo,
cuando los animales no se atrevían a salir,
salvo los perros, nuestros queridos perros de la infancia,
que corrían por inercia, o compañerismo;
ellos te reconocían como hermano si te echabas a correr,
y por más domesticadas que pudieran haber sido sus vidas,
se desataban a campo abierto como lobos,
junto a nosotros, uno, todos,
por las banquinas que recuerdo;
fuimos un coro de ladridos y gritos infantiles,
fuimos rayos eléctricos provenientes de otros años luz,
fuimos una montonera de piernitas mal alimentadas,
condenados a muerte que se habían escapado
en las noches de los niños y los perros sus hermanos,
sin patria, sin familia ni dios,
al costado de la Capital una avenida
estómago vacío y corazón.