En mi vida tuve solamente dos peluqueros. El primero fue el tanito, un tipo muy pintoresco de Villa Celina, petisito, pelado, con bigotes espinel, que me cortó durante la infancia y buena parte de la adolescencia. La velocidad que tenía para usar la tijera era realmente increíble. Yo no sé cómo hacía. En aquella época, casi no había otra peluquería en el barrio y su bolichito se llenaba. Pero él los fletaba en menos de diez minutos. Verlo en acción era espectacular. Yo nunca le encontré explicación a semejante talento en las manos, hasta que, después de muchos años, me enteré que trabajaba para el ejército, que le cortaba el pelo a los que recién entraban en la colimba. Fue muy loco, porque cuando lo supe, yo justo estaba por ser sorteado. Es que ya lo dijo otro tano, uno que escribió la Historia de Roma: “La casualidad es un maestro para los insensatos”.
Poco tiempo después dejé de ir y empecé a frecuentar un nuevo peluquero, en la otra punta del barrio, cerca de la General Paz. Se trataba de Carlitos, un tipo más joven, de pelo largo, que era el padre del pollo, guitarrista de Viejas Locas.
Enseguida nos hicimos amigos y hasta nos empezamos a cruzar en los recitales, a los que yo iba casi siempre, porque había sido compañero de Pity en la escuela.
A diferencia del tano, el estilo de Carlitos era lento, detallista, casi perfeccionista. Te tenía fácil una hora. Primero te lavaba el pelo. Era muy exigente con eso, y no por una cuestión de limpieza, sino de “docilidá”, como decía él, para que la tijera no hiciera macanas con los nudos. El tiempo que llevaba toda la operación le sumaba temas a la charla con los clientes. Dicen que ir al peluquero es como ir a terapia. Creo que la peluquería de Carlitos era el ejemplo perfecto para esa comparación.
Fui unos cuantos años hasta que, promediando la década del 90, preferí dejarme crecer el pelo, que en determinado momento llegó hasta la mitad de la espalda. Igual, a Carlitos lo seguí viendo. Él se convirtió en algo así como en el manager de Viejas Locas, y estaba en todos los conciertos.
A partir del 95 empecé a viajar a dedo por el país. Me iba unos meses, volvía un tiempo y me lanzaba otra vez. En el 98, me fui de Celina definitivamente. Nunca volví a pisar una peluquería.
Hace casi diez años que me corto el pelo yo mismo. Me hice diferentes cosas, aunque el tiempo fue marcando una constante previsible: mi cabeza es un desastre.
"Tu corte es el no corte", me dijo hace poco un amigo.
Pasé por las rastas, las mechas, el casco, la enredadera y el flequillo seudo rollinga.
Yo no sé de dónde viene ese deseo, pero cada vez que me pasan cosas fuertes en la vida, enseguida me surge la necesidad de cambiar el corte.
En estos días estoy mal de amores. Hoy a la tarde la gota habrá rebalsado el vaso, porque finalmente agarré la tijera y fui decidido al baño. Ayax me miraba curioso y hasta me levantaba su patita con forma de frutigram. Seguro que intuía algo. Dicen que los animales perciben antes que los humanos cuando viene una tormenta, o algún tipo de desastre.
Le di sin asco. Lo primero fue talar literalmente los costados. Después, pasé rasante atrás de las orejas y en la parte baja de la nuca, dejando más largo por la cresta. Los tijeretazos que tengo parecen letras. Verlos me da gracia. Con Ayax ahora hacemos composé, porque hace poco le tuve que cortar en dos o tres lugares, donde tenía chicles pegados que se agarró de la calle, y le quedaron manchitas peladas.
Hoy a la noche, cuando llegué a Palermo, me preocupé, porque la reacción de Hilda, la señora que cuida los autos en Honduras, no fue muy buena que digamos.
—Hola bonito, ¿cómo te va?
—Bien, Hilda, recién llego, todavía no empecé a vender.
—Te va a ir bien, si Dios quiere...
—Gracias —seguí mi camino.
—¡Juan! —me gritó—.¿Qué te pasó en la cabeza?
Un rato después, en Acabar, una púber me dijo:
—¿Te puedo hacer una pregunta?
—Sí.
—¿Vos sos anarkopunk?
Pero a no alarmarse, que pese a estas reacciones aisladas, el resultado, sin embargo, parece favorable, porque hoy las ventas se incrementaron en un treinta por ciento.
Ahora, a falta de caricias, me paso la mano por la cabeza. Flores está oscuro y en silencio. El otro día, mi amiga marinita me dijo una gran verdad: Vivimos para contarla.
Poco tiempo después dejé de ir y empecé a frecuentar un nuevo peluquero, en la otra punta del barrio, cerca de la General Paz. Se trataba de Carlitos, un tipo más joven, de pelo largo, que era el padre del pollo, guitarrista de Viejas Locas.
Enseguida nos hicimos amigos y hasta nos empezamos a cruzar en los recitales, a los que yo iba casi siempre, porque había sido compañero de Pity en la escuela.
A diferencia del tano, el estilo de Carlitos era lento, detallista, casi perfeccionista. Te tenía fácil una hora. Primero te lavaba el pelo. Era muy exigente con eso, y no por una cuestión de limpieza, sino de “docilidá”, como decía él, para que la tijera no hiciera macanas con los nudos. El tiempo que llevaba toda la operación le sumaba temas a la charla con los clientes. Dicen que ir al peluquero es como ir a terapia. Creo que la peluquería de Carlitos era el ejemplo perfecto para esa comparación.
Fui unos cuantos años hasta que, promediando la década del 90, preferí dejarme crecer el pelo, que en determinado momento llegó hasta la mitad de la espalda. Igual, a Carlitos lo seguí viendo. Él se convirtió en algo así como en el manager de Viejas Locas, y estaba en todos los conciertos.
A partir del 95 empecé a viajar a dedo por el país. Me iba unos meses, volvía un tiempo y me lanzaba otra vez. En el 98, me fui de Celina definitivamente. Nunca volví a pisar una peluquería.
Hace casi diez años que me corto el pelo yo mismo. Me hice diferentes cosas, aunque el tiempo fue marcando una constante previsible: mi cabeza es un desastre.
"Tu corte es el no corte", me dijo hace poco un amigo.
Pasé por las rastas, las mechas, el casco, la enredadera y el flequillo seudo rollinga.
Yo no sé de dónde viene ese deseo, pero cada vez que me pasan cosas fuertes en la vida, enseguida me surge la necesidad de cambiar el corte.
En estos días estoy mal de amores. Hoy a la tarde la gota habrá rebalsado el vaso, porque finalmente agarré la tijera y fui decidido al baño. Ayax me miraba curioso y hasta me levantaba su patita con forma de frutigram. Seguro que intuía algo. Dicen que los animales perciben antes que los humanos cuando viene una tormenta, o algún tipo de desastre.
Le di sin asco. Lo primero fue talar literalmente los costados. Después, pasé rasante atrás de las orejas y en la parte baja de la nuca, dejando más largo por la cresta. Los tijeretazos que tengo parecen letras. Verlos me da gracia. Con Ayax ahora hacemos composé, porque hace poco le tuve que cortar en dos o tres lugares, donde tenía chicles pegados que se agarró de la calle, y le quedaron manchitas peladas.
Hoy a la noche, cuando llegué a Palermo, me preocupé, porque la reacción de Hilda, la señora que cuida los autos en Honduras, no fue muy buena que digamos.
—Hola bonito, ¿cómo te va?
—Bien, Hilda, recién llego, todavía no empecé a vender.
—Te va a ir bien, si Dios quiere...
—Gracias —seguí mi camino.
—¡Juan! —me gritó—.¿Qué te pasó en la cabeza?
Un rato después, en Acabar, una púber me dijo:
—¿Te puedo hacer una pregunta?
—Sí.
—¿Vos sos anarkopunk?
Pero a no alarmarse, que pese a estas reacciones aisladas, el resultado, sin embargo, parece favorable, porque hoy las ventas se incrementaron en un treinta por ciento.
Ahora, a falta de caricias, me paso la mano por la cabeza. Flores está oscuro y en silencio. El otro día, mi amiga marinita me dijo una gran verdad: Vivimos para contarla.
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ilustración: Hasama
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10 comentarios:
"Triste es cuando salen mejor las cosas" Nos vemos estos días.
dale, Carlos, cuando quieras.
abrazo
Rex, amigo.
Es curiosa la fidelidad con los peluqueros. Yo tuve 3 en 33 años.
Un abrazo !
Atte.
juan diego, querido amigo, siempre después de la tormenta vuelve a salir el sol, a rexistir q ya vendrán tiempos mejores
abrazzzzzzz
gracias amigos!
abrazos
Anarcopunk: la primera regla que aprende una mujer en su vida (incluso antes de empezar a leer la Cosmopolitan) es no ir a la peluqueria cuando esta mal de amores.
Regla numero 2: el pelo crece
¿de franciscano a anarcopunk sin escalas?
ponga foto.
amigo:
vos sos el que mejor cuenta lo que vive.
el pelo crece, los males pasan, el tiempo cura. todas cosas que uno ya sabe pero que el cuerpo no recuerda cuando se está así.
y en algún muy buen momento no te vas a poder acordar cómo era estar así, mal.
igual, seguí viviendo, seguí contando.
juanch
¿ud sabe que yo le corto el pelo a 5 de mis bellas amigas?
piénselo: que la descarga esté en manos de una loca que no sea ud misma
lo voy a tener en cuenta paulita.
gracias a todos
saludos!
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