viernes, diciembre 08, 2006

En mi casa gigantesca
cambié de lugar el sentimiento por ella.
Hoy descansa su potencia en las cosas,
en el perro y en mí.
La ansiedad guarda su oído para el futuro
porque ahora el silencio dobla del pasillo
a la pieza en la curva cerrada
y toca su bocina sorda
sobre el cuerpo caído en el colchón.
La semana entera.
Vuelca la carga.
Mi casa gigantesca.

Volver a casa después de la venta,
las lecturas y la discusión de los drogadictos,
me vuela la escritura más allá de la pantalla,
me pone el ojo en la mano
y después levanta el brazo
para avisarle a los chicos del campito,
que resucitan uno por uno entre las fábricas
y las calles muertas de mi barrio.
En ese potrero nos raspamos las rodillas,
pero nos curamos la tristeza.
Tarde o temprano volverán a llamarme,
cuando la comida esté lista.
Ahora lo veo bien.
Es un gran pájaro.
Volando al revés.

Hoy es ocho de diciembre,
la gente arma el arbolito.
Yo apenas tengo un cactus
en el cantero del balcón.
Si te abre las espinas,
te das cuenta que es blando.
Acá no hay adornos navideños,
pero la fecha me recuerda a la Virgen,
que una vez me puso una rosa en la nariz,
cruzando el río Luján.
Mi cuerpo es una botella de tinta:
le destapo la boca a la tarde y a la noche
y le paso el trapo a los pisos y la pared
de mi casa gigantesca.

Estos días estuve metido abajo del piso.
Viajé por las cuevas,
con la mochila cargada de anillos
y un par de cuentos impresos.
Visité a las bestias hermosas
y juntos lloramos la preocupación.
Fueron romanticismos breves
porque ni siquiera esos monstruos
toleran mi compañía.
Los colores son todos oscuros.
La sangre me corre por los ambientes.
Se acaba el aire.

La casa me descolora la tinta
y la verborragia poco a poco se destiñe.
Ella prefiere no verme más
y yo le acepto el compromiso
contra su puerta cerrada,
porque dejé de soñar con la gloria
hace rato.

Ahora soy el hijo justo de mis padres.
Me gano la vida.
Salgo a la noche por la ciudad,
hablo con la gente y vendo mis objetos,
me gano besos, me pierdo en besos,
puro corazón al frente contra el pelotón
de fusilamiento.
La fuerza de voluntad
después me arrastra hasta el colchón,
paso unas horas en la corriente negra
y después me da por renacer,
saludado por el labrador,
al mediodía siguiente.
Me lavo la cara.
Salgo al balcón.
Riego el cactus.
Juego con Ayax.
El camino de ida parece más largo,
porque la vuelta la desconozco.
Hay una trampa.
Es un agujero de agua.
Mi casa gigantesca.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

juan diego,
si te invito formalmente a una fiesta grande el viernes 15, aceptarias?

Anónimo dijo...

eduarda, mandame un mail a rexmiles@fibertel.com.ar y me contás bien.
Igual lo veo un poco difícil, porque los viernes a la noche trabajo.

saludos!

Anónimo dijo...

Juan Diego, si te invito formalmente a una fiesta pequeña que solo nos involucre a nosotros, aceptarías?
(perdón, no aguante la tentación)

Anónimo dijo...

No siempre está dicha la última palabra y el mundo está lleno de encrucijadas. A no olvidarlo.