viernes, diciembre 29, 2006

La Tablada

hambre que una mentirosa la langosta salta La Tablada
los dragones de Facundo perseguidos al sol por el campito
la atención delante de las cañas de los oficiales unitarios
por más viejo el manco Paz jamás verá nada semejante

se escuchan ladridos de perros tiros lejanos una especie
que interrumpe la palabra con rumores demoníacos
junto a uno de esos arbolitos que crecen en Córdoba
como enanos vigilantes de la nada encendida por la siesta

un escuadrón de caballería comandado por el coronel Suarez
veterano de la guerra de la Independencia que julio sonreía
mete ahora los metales contra los gauchos del árbol comadreja
Religión o Muerte rojo el estandarte pasto de los teros

los riojanos acosados entre quiebras del terreno en su fortuna
se aprietan contra el árbol se defienden rabiosos del ataque
media hora los soldados tratan de taparles el fuego de las bocas
y por más que matan tres dragones no pueden rendirlos ni con balas

quince rojos mantienen la posición contra sesenta ponchos patria
de la reciente victoria les agua la fiesta esta original escaramuza
por el humo diez coraceros se van para la sierra y los gauchos siguen firmes
un sargento dice a Suárez que estos perros no se quieren morir

—Sargento vaya a buscar al manco y dígale lo que pasa
el mensajero cabalga hacia el oeste hasta encontrar al general
la mayor parte del ejército descansa cerca de un pozo
el grupo de oficiales festeja uno de ellos cuenta una proeza

dirigiéndose a un coronel que baja el recién llegado dice:
—¡Coronel! —Diga. —La batalla todavía no terminó.
un tercero interviene en la conversación: —¿Qué dice?
el mensajero lo mira y comprende: —General, es usted.

—Sí, soy yo. Los que escuchan el diálogo ríen progresivamente
también el general deja escapar una mueca por la comisura
—Con todo respeto vengo a decirle que la batalla no terminó
—¿Por qué lo dice? —Porque quedan quince hombres sin rendirse

la risa se generaliza. —No hay forma de vencerlos señor ya tratamos
mantienen su posición con uñas y dientes nunca vi algo semejante
entonces un hombre con cara rayada y escudo bordado de oro
le dice enojado —¿Qué puede saber usted sobre “algo semejante”?

más vale sargento que cuide lo que dice
el general Paz es un héroe de la Independencia
el manco pide silencio y después le pregunta:
—¿Quiénes la pelean? —El escuadrón de Suarez.

—Vamos para allá. Preparen otra vez la caballada.
los testigos quedan mudos hasta que alguien sugiere
—Señor, ¿por qué no les manda una partida?
No es necesario que usted se ocupe de este asunto.

—¿Por qué no les manda un cañón? —dice otro.
con dos cañonazos los indios esos serán historia
el General repite: —Vamos todos para allá.
—Disculpe general ¿pero qué significa “todos”?

—Significa todos. —¿Todo el ejército,
los dos mil hombres? —Sí, todos.
Una voz atrevida se escucha enredada
por atrás: —Será pintoresco.

las divisiones marchan hasta el árbol
y al llegar encuentran insólita la escena:
los sesenta jinetes de Suarez resignados
esperan a cien metros de los gauchos

los soldados no pueden creer semejante refuerzo:
todo el ejército unitario con Paz a la cabeza
aparece frente a ellos levantando del oeste
el terreno que divide está repleto de muertos

rodeados por una multitud los quince hombres
se preparan ante la burla general de las tropas
los gauchos le abren saliva a los sonidos feroces
vocales antiguas del abecedario de la guerra

frenéticos agitan lanzas algún palo agarran piedras
levantan el estandarte y los brazos alcanzan el cielo
—¡Son unos perros salvajes! —les gritan
los quince gauchos gritan más fuerte

lentamente la risa da lugar al respeto
el coronel Pedernera se arrima al general:
—¿Qué hacemos? ¿Los cargamos con cien o con doscientos?
¿Les mando a Pringles con el Dos de caballería?

—No sé —dice el estratega. Un gaucho avanza
frente al ejército reunido llama como loco:
—¡Al general Paz! ¡Al general Paz!
Que para sorpresa de todos se adelanta: —¡El mismo!

—General, tiene dos salidas: puede perder
cien hombres antes de matarnos a todos...
—¿Cien Hombres? —lo interrumpen—
¡Si ustedes son quince gatos locos!

—¡Los vamos a quemar a cañonazos! —grita otro.
Paz ordena silencio y el federal sigue hablando:
—... o mandar un campeón al medio
para que pelee con uno de los nuestros

si gana el de ustedes nos rendimos
pero si gana el gaucho nos dejan ir
—¡Están locos si creen que el general
va a aceptar esa estupidez!

Paz contesta: —Está bien.
Nadie entiende nada
pero enseguida se arma
el combate

Se hacen apuestas
y todos alientan
a los rivales
que se estudian

en una maniobra confusa
el gaucho pierde la espada
y cae al piso
el otro se le va encima

a punta de sable lo atraviesa en el pecho
el dragón de Quiroga agonizante
estira la mano con sus últimas fuerzas
y le lanza una piedra al unitario

los catorce federales que quedan junto al árbol
permanecen mudos en la arena del páramo
los enemigos esperan su rendición pero de golpe
cargan como locos contra todo el ejército

nadie mueve un dedo nadie desenvaina ni apunta
solamente se contempla el espectáculo que crece
pero a la quietud que reina en la sorpresa le sucede
casi involuntaria la descarga fría, definitiva

después de un rato se van todos contando su versión
a dos leguas del árbol se encuentran Paz y Lamadrid
Facundo escapa por un camino entre las sierras
Rosas no sabe todavía el resultado de la batalla

en La Tablada los federales dejan mil muertos
Paz cuenta más tarde que uno de sus coroneles
al ver hombres que inutilizadas las armas
se defendían con palos y piedras dijo:

“Me he batido con tropas más aguerridas,
más disciplinadas,
más instruidas,
pero más valientes jamás”.

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