domingo, marzo 02, 2008

TODAVÍA ES TEMPRANO

Reflexiones sobre la Venta Ambulante


¿Qué son los objetos maravillosos? Por un lado, son anillos, aros y gargantillas hechas de alpaca, cobre o bronce, soldadas con varillas de plata al veinte por ciento; por otro, son muletillas, frases que, dichas en el momento indicado, estimulan a la clienta compulsiva que hay en cada mujer.

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La relación entre los vendedores ambulantes es breve, de pocas palabras. Nos saludamos al pasar entre las mesas y, como quien comenta el clima, generalmente decimos algo sobre el estado comercial de la noche. “Poca gente”. “Nadie quiere ver”. “Estamos a fin de mes”. Al despedirnos, una frase alentadora se repite: “todavía es temprano”.

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Conocí Plaza Francia a los veintipico de años. En esa época (1992 o 1993), yo vivía en Villa Celina. Aunque no queda tan lejos de la Capital –está entre las autopistas General Paz y Richieri—, nunca tuve la necesidad de cruzar demasiado la frontera. Si había que comprar algo, íbamos a Chilavert, en Lugano, o al Hogar Obrero, en Tapiales. Para hacer trámites, viajábamos a San Justo. Los sábados a la noche, nuestro centro era Flores. Para los rollingas como yo, eso significaba "El Viejo Correo". Un día, Flavia me pidió que la acompañara a ver a Laura Ramos al Centro de Exposiciones, cerca de la Facultad de Derecho. Nos tomamos un par de colectivos y nos bajamos en Las Heras. Atravesamos las plazas. La zona estaba muy bien cuidada, el pasto cortadito y las veredas limpias. Los faroles brillaban entre las hojas de los árboles. La gente disfrutaba debajo, sentada al aire libre. Al llegar, nos dijeron que Laura no podría asistir. Recorrimos un rato la feria y miramos libros. Flavia me regaló El guardián entre el centeno de Salinger. Dos o tres años después, volvería a la Plaza un domingo a la tarde, esta vez con cajas en la mano. Me acerqué a un grupo de chicas que tomaban mate, sentadas en el piso. Para mis ojos conurbanos de entonces, todas eran “conchetas”, esa palabra que los pibes usaban de distintas maneras, para hablar de los que tenían plata o para referirse a quienes escuchaban cierto tipo de música. Dije Hola. Las chicas contestaron Hola. Era hermosas y me dirigían la palabra. Estaba aterrorizado. Pero la fuerza del lenguaje estaba en mí, así que inventé alguna muletilla, vaya a saber cuál (“objetos maravillosos” es una frase que inventó Ana, mi novia de aquellos días, poco tiempo después. Pasado un tiempo, alguien comentó que era el título de una obra de Hugo Midón. Yo no sabía de qué me estaban hablando ni quién era ese tipo. Nunca fui a ver la obra, pero me contaron que era muy buena). Las chicas me miraban. Un ejército de ojos claros. Para ellas, era un artesano más, como tantos que vendían en los puestos. No era tan raro. Pero yo me sentía bicho de otro pozo. Era la primera vez que vendía. Qué vergüenza. Las chicas se reían y yo tomaba confianza. ¡Tan lindas y me festejaban los chistes! En la escalada de aquella conversación, alguna musa me inspiró la posta de la venta ambulante y casi sola, mi boca, por su cuenta, pronunció: “tienen poderes afrodisíacos”. A partir de ese momento, las chicas se deshumanizaron y se convirtieron en clientas. No importaba lo lindas que pudieran ser. A todas yo podría manipularlas con mis discursos vendedores. Cuando la tarde cayó, me junté con Ana y contamos la plata. Me acuerdo como si fuera hoy: setenta y ocho pesos. No lo podía creer. Era rico.


continuará...

4 comentarios:

Anónimo dijo...

flores en los 90 tenia la mayor tasa de ricoteros en dien.
brindo por eso!, y por el disco oktubre ja!.

Anónimo dijo...

salud, atc!

aquellas noches en flores eran épicas.

Anónimo dijo...

objetos maravillosos!!!!!! doy FE!

Anónimo dijo...

noches epicas en flores......TAMBIEN DOY FE!!!