—¡Corran! —decían—. ¡Corran por sus vidas!
Entonces retumbó la tierra. Un alarido fenomenal, mezcla de rugido y de lamento, viajó por el aire vibrando en los árboles y las piedras. Aldo y Carlos bajaron a toda velocidad y se alejaron, siguiendo la orilla del Río de Fuego, hacia el Riachuelo. Gorja, el gato y yo nos quedamos ahí, sobre la mitad de la colina, duros por el susto, o por esperar la aparición monstruosa, porque la única fuerza que vence al miedo es la curiosidad.
El Frankenstein no se hizo esperar. Primero, fue una sombra larga, proyectada por el farol de la última esquina, que todavía iluminaba colgando de los cables enredados en un pino; después, fue una nube de polvo, levantados por los pasos de la bestia; y por último, se hizo finalmente de carne y hueso, un titán, horrible y poderoso, tan alto y musculoso que su cuerpo equivalía al de veinte hombres comunes.
Levantaba a cada rato las manos en un acto reflejo, imitando el famoso saludo del General. Cada vez que lo hacía, se quejaba, a veces más fuerte, a veces más despacio, pero su voz era siempre terrorífica por lo potente y lo salvaje. No decía palabras, sólo gritaba sin sentido, como un bebé.
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El Campito (II Libro de la saga "Villa Celina"), Fragmento.
ilustración: Daniel Santoro, El sueño de J.P.
Entonces retumbó la tierra. Un alarido fenomenal, mezcla de rugido y de lamento, viajó por el aire vibrando en los árboles y las piedras. Aldo y Carlos bajaron a toda velocidad y se alejaron, siguiendo la orilla del Río de Fuego, hacia el Riachuelo. Gorja, el gato y yo nos quedamos ahí, sobre la mitad de la colina, duros por el susto, o por esperar la aparición monstruosa, porque la única fuerza que vence al miedo es la curiosidad.
El Frankenstein no se hizo esperar. Primero, fue una sombra larga, proyectada por el farol de la última esquina, que todavía iluminaba colgando de los cables enredados en un pino; después, fue una nube de polvo, levantados por los pasos de la bestia; y por último, se hizo finalmente de carne y hueso, un titán, horrible y poderoso, tan alto y musculoso que su cuerpo equivalía al de veinte hombres comunes.
Levantaba a cada rato las manos en un acto reflejo, imitando el famoso saludo del General. Cada vez que lo hacía, se quejaba, a veces más fuerte, a veces más despacio, pero su voz era siempre terrorífica por lo potente y lo salvaje. No decía palabras, sólo gritaba sin sentido, como un bebé.
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El Campito (II Libro de la saga "Villa Celina"), Fragmento.
ilustración: Daniel Santoro, El sueño de J.P.
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