viernes, julio 06, 2007

Arlt y Marechal versión Villa Celina

(...)

—¿Quiénes serán? —pregunté.

—Ni idea, pero no parecen de acá.

—¿Serán espías? ¿Gente de la oligarquía?

—No sé, pero no me gustan nada. ¿Salimos corriendo?

—Ya es muy tarde —dije—, están muy cerca. Esperemos a ver qué pasa. Por las dudas, vos no les cuentes nada de los barrios bustos.

—Mire cómo están vestidos. Estos tipos deben venir del otro lado de la General Paz.

—Seguro.

—Buenas —nos dijo uno de ellos, bastante petiso, aunque no tanto como el enano Gorja.

—Buenas —contestamos nosotros.

—Disculpe —me encaró otro—, ¿usted es el taita Flores?

—No, señor, mi nombre es Carlos Moreno, pero me dicen Carlitos, y él es Gorja Mercante.

—Encantado, señores, yo me llamo Luis Pereda, y ellos —los fue señalando uno por uno— son Bernini, del Solar, Amundsen, Tesler, Schultze y Buenosayres.

—¿Pero conoce al taita Flores? —me preguntó del Solar.

—No, señor, no lo conozco. ¿Vos, Gorja?

—Tampoco.

—Qué raro —comentó Pereda.

—Vieron que les dije —les hablaba Tesler a Pereda y del Solar—, a ese Flores no lo conoce ni el loro, debe ser un triste ladrón de gallinas.

—¿Y qué los trae por acá? —los interrumpí.

—Salimos de Saavedra ayer a la noche —me explicó Buenosayres—. Estuvimos recorriendo la pampa hasta meternos en los campos del Noreste, cerca del Río de la Plata. Caminamos tanto que se hizo de día.

—Se deben haber perdido, señor, porque éste no es el Noreste, sino el Sudoeste, y el río que pasa acá cerca no es el Plata, es el Riachuelo. (...)


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(...)

Las parcelas eran de distintos colores, muy fuertes: azules, rojas, violetas, amarillas, y varias más. Cuando me acerqué al borde de una, me di cuenta que estaba repleta de flores, pero no eran comunes ni silvestres, eran flores de metal. En esa parte, crecían rosas de cobre.

—¿Cómo es posible semejante cosa?

—Estos son los campos galvanoplásticos, señor Carlitos, por abajo corren aguas residuales, de las fábricas del cordón sur. Son arroyos subterráneos que van a parar al Riachuelo. Hace unos años vino un hombre, muy estudioso del tema, que empezó a hacer canales de riego con estos líquidos. Durante varios meses, se la pasó electrificando la tierra. Hacía pozos por todos lados y metía cables adentro, que se bajaba de las torres de alta tensión. Día y noche estuvo trabajando, hasta que un día empezaron a crecer estas maravillas. Parece que adentro son flores naturales, pero están revestidas de metal, como si fuera una piel.

—Qué bárbaro. ¿Y qué fue de la vida de ese hombre?

—Tuvo problemas con la Justicia. Lo persiguieron por todas partes, hasta que un día dijeron que se había suicidado, arriba de un tren. Pero no se sabe realmente, porque tiempo después, algunos vecinos creyeron haberlo visto. Su casa es aquella, la que está entre los pinos. El hombre se llama Erdosain.

(...)



http://www.elinterpretador.net/31JuanDiegoIncardona-ElCampito-2-Riachuelito.htm

5 comentarios:

lenguaviperina dijo...

al fin un blog peronista!

M.V. dijo...

sí, éso es bueno, estas incursiones peripatéticas con encuentro sorpresa incluído. Me pregunto si quien descubre la belleza dentro de lo metálico no será en realidad otro poeta de lo naïf. Un político sin escuela prometió sanear el riachuelo para poder pasear con la de Scioli.

M.V. dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Nina London dijo...

Vieron que en democracia siempre se puede versiona--

Nina London dijo...

Vieron que en democracia siempre se puede versionar---