miércoles, mayo 10, 2006

industria nacional

Puede suceder en algún caso que por las condiciones de la máquina el diámetro de las ruedas designadas sea muy grande o muy pequeño para permitir engranar entre sí: este caso se soluciona dividiendo o multiplicando por un mismo número una rueda conductora y una rueda receptora. Cuando no engranen las ruedas en el orden fijado cámbiese la C por la A o la D por la B.

Me doy maña. Siempre arreglé todo tipo de cosas, tanto en casa como en la fábrica. Cuando terminé séptimo grado estudié matricería. Eran unos cursos acelerados que se daban en la época de Frondizi. Me recibí de oficial tornero, aunque con el tiempo aprendí a usar otras máquinas, como la fresa, la limadora y los balancines. Trabajé en varios lugares: en Tandanor -en el puerto de Buenos Aires-, en una cortadora de chapa de La Tablada, en Elaplast y hasta en la Ford, en Pacheco, aunque ahí estuve poco. En los últimos diez años fui operario en Anilet, una fábrica de plástico. Manejaba un balancín grande, que hacía 90 golpes por minuto. Una barbaridad. Teóricamente esa máquina producía alrededor de 40.000 piezas en ocho horas, 120.000 piezas en tres turnos. Tengo dos hijos. El mayor estudia en la facultad una carrera que se llama Sociología. Yo no sé de qué va a vivir ese pibe. Traté de convencerlo de que siga algo más práctico, que tenga campo laboral, pero está encaprichado. Además tengo miedo de que se meta en política. Ya veremos. Los balancines de Anilet eran de fabricación continua. Eran perfectos. Usábamos matrices compuestas que te hacían la pieza de un solo golpe. Cortaban los contornos y al mismo tiempo te punzonaban los agujeros. Toda una revolución productiva, como dicen ahora. Yo era bueno, por eso me pagaban bien. Además no faltaba nunca. Siempre tenía la sección bien barrida y me preocupaba por el mantenimiento de la máquina. Afilaba las herramientas todo los días y cuidaba los expulsores. Mi balancín era inclinable. Eso es algo muy importante, porque te da más libertad de movimiento y las piezas son expulsadas mejor, por la gravedad. Mi mujer trabajaba en una panadería, pero la echaron el año pasado. Menos mal que tengo unos ahorros, aunque no creo que duren más de tres meses. Los pibes van a tener que trabajar y eso les va a afectar el estudio. Es una pena. Hubiera querido otra cosa para ellos. Igual, ojo, hay que ver si consiguen algo, porque está muy jodido. Ayer el menor dijo que quería irse a España. No sé qué pensar. Hace tres años despidieron un montón de gente en Anilet. Si quería, podía seguir, pero en negro. Acepté, no quedaba otra. Además me seguían pagando lo mismo. Lástima que perdí la obra social. En el verano siempre íbamos a un club del sindicato que está en Camino de Cintura. Un lugar muy lindo, bastante grande, con pileta, quinchos y cancha de fútbol. Y bueno, no me podía quejar, por lo menos tenía laburo. Otra cosa que lamenté fueron los aportes para la jubilación. Para colmo ahora estiraron la edad máxima y la cantidad de años de aporte, así que todavía falta bastante. Una tarde el patrón me pidió que hiciera horas extras, que iba a pagar bien. Había que hacer unas tapitas para una embotelladora de Pepsi, que estaba por sacar una segunda línea de gaseosas. La verdad que no podíamos desaprovechar la oportunidad, ni el patrón ni yo, así que nos quedamos los dos, más otros cinco muchachos, laburando hasta la noche. Esto fue hace más o menos tres meses, un viernes. Yo no sé qué pasó. Es cierto que estaba cansado, pero con la experiencia que tenía no entiendo cómo me pude descuidar tanto. El tren es más peligroso para el que cruza la vía todos los días que para el que la cruza por primera vez. Es así. Lo más peligroso es la confianza. No puedo olvidarme de la mano ahí, como si fuera algo extraño, una cosa cualquiera. Todavía se le movían los dedos. Parecía un sueño. De golpe tuve la sensación de que el galpón se achicaba y se agrandaba, cada vez más rápido, a la par de mis latidos. Había sido la mano derecha. No sentía dolor, sólo un hormigueo que bajaba por el brazo. Los olores de la grasa de los engranajes, del aceite quemado, del tachito con fundente al lado de la soldadora, iban desapareciendo. Me dormía. Veía todo como si estuviera atrás de un vidrio empañado, aunque el anillo de casado brillaba más que nunca, ahí abajo de la luz de neón que estaba adosada al balancín. Una de las últimas imágenes que recuerdo es la del hueso, bien blanco, apretado entre la carne. La sangre empezó a salir a chorros. Mis compañeros gritaron. Yo escuchaba sus voces alargadas, en una velocidad lenta. Me sentaron enseguida y trajeron una toalla para envolverme. Todavía no lo puedo creer. Yo siempre fui muy organizado, si hasta había hecho un cartel escrito con una fibra, que decía “No tocar”, para colgar en la máquina cuando las estampas no estaban ajustadas. Fuimos a la salita. Los muchachos llevaron la mano en una bolsa con hielo. En la guardia me dieron unas inyecciones y después me derivaron rápido al Piñeiro, donde quedé internado. Pero ahí no pudieron hacer nada. Qué lástima que ya no tenía la obra social, sino, en una de esas, en el Hospital Alemán la hubieran implantado otra vez. Dicen que tienen especialistas, que hay una sección que se llama “Cirujía de la mano”. Te cosen las venas, los nervios, te sueldan los huesos y los fijan con alambres. Para arreglar los tejidos más chicos usan microscopios y unas lupas con lentes especiales, moldeadas con polvo de diamante.


*Publicado originalmente en el interpretador.

5 comentarios:

Cereza Martinez dijo...

fenomenal

Juan Dé dijo...

gracias pauvre.

SL dijo...

Grande Don Arturo Frondizi

Anónimo dijo...

sí, a ver si habilitás de una vez la carta,
al menos para leerla yo!
un abrazo

Fideos con manteca dijo...

sí, grande frondizi.