jueves, enero 26, 2006

Rexistencia 22 - Casa nublada

Hogar del sol naciente, sol que ya no está, un sol que ya no alumbrará, no, no alumbrará.
Sandro y los de fuego
Ayer fui a Villa Celina para ayudar en la mudanza de mi hermana María Laura. Ella se casó hace un par de años y estaba viviendo con su marido Franco y sus dos hijos, Máximo y Valentina, en la casa de mis viejos. Ahorraron, pidieron un crédito, se endeudaron con medio mundo y ahora consiguieron un departamento barato que estaba en juicio. Son edificios de tres pisos que están en una parte bastante linda de Celina. Alrededor hay casitas bajas y parques arbolados. Los potreros que empezaban cerca de ahí y que se alargaban hasta el campito donde jugábamos a la pelota y continuaban después de la calle muerta, prácticamente desaparecieron. Está casi todo edificado. No me gusta nada. No reconozco a Celina sin potreros. Por suerte, vi que la Sociedad de Fomento aún conserva buenas parcelas de verde, con las tradicionales canchas aún intactas.
Trabajamos durante la tarde. Se complicaba porque había que subir todo por la escalera. El edificio no tiene ascensores. La casa de mi hermana está en el segundo. Las escaleras son medio angostas y las cosas grandes se trababan en las esquinas. Por suerte, había descansos. Mi viejo laburó un montón. Tiene más de 60 y tiene el doble de fuerza que yo.
Después de unas cuantas horas, me fui con mi papá a la casa de mi familia. En la reja del porche, duele, hay un cartel de venta, nublando los brillos que todavía reflejan las baldosas. Lo que pasa que ahora mis viejos están solos con mi hermana más chica, María Cecilia, que en cualquier momento también se va. La casa les queda muy grande. Quieren irse a algún departamento cerca del club Banco Hipotecario, también en Villa Celina. La casa, mi casa, que ahora se pone en venta, fue construida por mis abuelos sicilianos, Lucía y José, hace más de 50 años. Allí vivieron con sus hijos: mi papá y mis dos tíos. Después vinimos nosotros, la generación siguiente. Los que nos siguen, Maxi, Valentina, jugarán en otro patio, en otra terraza.
Cuando el día era una transición a la noche, me fui. En la esquina de Giribone me lo encontré al cabezón Adrián, uno de mis amigos más antiguos, de la infancia.
Hace un par de días María Laura me había contado que el cabezón usurpó la casa que está al lado, abandonada y en sucesión desde la muerte del viejo don Martín. Resulta que Adrián se separó y que además se peleó con la familia (viven a la vuelta de mi casa) hace como tres meses. Estaba viviendo en la calle. Ayer, cuando lo encontré, me contó más cosas. Me dijo que está de paso, que su idea es irse a vivir a Capilla del Monte.
El cabezón Adrián tiene una vida bastante movida. Su relación con las drogas fue muy fuerte casi toda su vida. Ahora lo vi bien, aunque un poco cansado. Su cara luce algunas cicatrices, se destaca una en la parte superior de la nariz. Son marcas de viejas peleas, como aquella famosa entre Celina y Piedrabuena, cuando el cabezón quedó sólo entre las filas rivales. Estuvo internado mucho tiempo después de aquella golpiza.
Apenas lo vi, le pregunté si tenía algo que hacer y me respondió que no. Entonces le pedí que me acompañara a la parada del 86, 86 por Laguna.
Te voy a contar algo, le dije. Yo escribo cuentos desde hace tiempo, publico en revistas y seguramente va a salir algo en el algún librito este año. Ya me enteré, me contestó, me contó Fabián. Bueno, le dije, te quería decir que vos sos un personaje central, que aparecés en varias historias, como la del hombre gato -"ja, te acordás?", me interrumpió-, en una que escribí sobre las figuritas, en otra sobre el Túnel de los nazis, y en varias más. Los ojos del cabezón son de una claridad fuertísima. Eso siempre le dio mucho éxito con las minas. Mientras le contaba, sus ojos se zarpaban de celestes, de verde claro. ¿Te acordás la vez que explotaron los calefones?, le pregunté. Siiiiiií, se le iluminaba la cara. Esa también la escribí. Y una sobre el malasuerte. Uh, me dijo, siempre me lo cruzo en Lugano. Cuidado, le advertí. Nos reímos. Por supuesto, hay una sobre Tino. Y, no podía faltar, me dijo. Sí, le respondí, está incluida la patada que Tino le dio a tu hermano Amadito. Hay otra, le comenté entusiasmado, de aquella vez cuando me disfrazé de rey mago, no sé si te acordás... ¿Cómo no me voy a acordar?, me contestó, cuando entraste con los carros del escobita a las Achiras. Sí, esa.
En la parada del 86 nos encontramos a Pelvis, otro pibe que hacía mil años que no veía. Ah, bueno, dijo cuando me vio, estamos todos. Nos pasamos teléfonos, mails y finalmente me tomé el bondi para Flores. Me senté atrás de todo y abrí bien la ventanilla.
El sábado voy a volver, porque van a bautizar a mi sobrina Valentina en la Parroquia.
Rexistencia 21 ----------------------------------------------------------------------------------------------------------

11 comentarios:

Lale dijo...

te leo y me leo.
me moviliza, Juan.

Anónimo dijo...

Gracias Lale, un beso.

Chica eléctrica dijo...

cómo me acuerdo del coso ese (nunca supe qué era). es re mi infancia

Juan Dé dijo...

con el coso te referís al tanque de la imagen?
ese es el tanque de celina, que está en el medio del barrio y que abastecía de agua a la zona antes de que instalaran el agua corriente. Subirlo era toda una aventura. Su escalera caracol da mucho vértigo. Arriba nos sentábamos sobre las tejas y tocábamos la guitarra.
Hasta que edad viviste en celina?
saludos

Lale dijo...

ah bueno, nos vamos sumando.
y tengo la leve sensacion que conozco a jade

Pablo dijo...

Los barrios plagados de historias son lo más...por aca hay miles, alguna que otra la puse en el blog...

Cömo voy a extrañar eso el día que me vaya.

Fideos con manteca dijo...

Barrio barrio...

ese un tango típico de cuando nos vamos de viaje con mis amigos. El problema (y siempre pasa con los tangazos) es que nunca me acuerdo de toda la letra. Siempre se olvida una parte

Chica eléctrica dijo...

hasta los 7, pero despues segui yendo porque mis primos vivían en los monoblocks y porque mi papá me llevaba a hockey en Banco Hipotecario.
Desde Banco se ve no? Igual yo nunca lo subí

Anónimo dijo...

Sí, Jade, se ve, creo, desde todo Celina. Es bastante alto. Ahora está cerrado y creo que ya no se puede subir como antes.
En Banco Hipotecario fui socio mucho tiempo. Ahí jugaba al fútbol, hacía natación, etc. Lindo club.

Miguel P. Soler dijo...

Rex, las crónicas de Celina es de lo mejor que tenés, ya creo que te lo dije. A veces pienso "este me está macaneando, esto es de ficción", pero siempre ese bruñido que está en los diálogos, la precisión de los ambientes y las calles, hace que la sensación de realidad se solidifique y potencie los relatos.

Saludos

Anónimo dijo...

Muchas gracias, Hernán!
Un abrazo