domingo, febrero 03, 2008

ampere recargado dieciocho

18

Oscurece.
Pronto vendrá Roque
a buscarme para ir
al galpón que hicieron galería
los artistas subsidiados,
así que junto cada herramienta,
revuelvo los cajones por el SAE
noventa y dos sesenta largo, por
la botella de ácido nítrico,
las pinzas y el alambre semiduro.
En la cocina busco la caja
de repuesto de Amoxidal
pero sensaciones fluidas
embarazan mi mujer hipotalámica
cuando descubro que no queda
ni una pastilla en ese blister.
Antes de que rompa bolsa
en la sinapsis el hijo prematuro
de mis choques surrealistas,
sin perder tiempo salgo de casa,
camino la náusea y el vómito
derecho por Felipe Vallese
hasta la farmacia del viejo.
Plurivocus del campo de visión
alarga paralelas a lo lejos,
salvo cuando pasan por el medio
ciudadanos transportados a las jaulas.
Chica gótica, el ampere
pondría tu casa de cabeza
para tirarte de la lata a la calle.
Como una bolita japonesa rodarías
en los surcos marcados de la vereda,
como la mala suerte caerías
en los labios negros del desagüe.
Ahora mismo derribaría
tu puerta para darte como
regalo mi violencia pero sé
que el amor no congenia
con mis estrategias,
por eso prefiero contar
los días, llevar a cabo
la propiedad transitiva.
Mejor avanzo ligero
hacia la cruz verde
de la otra esquina,
metiendo los ojos
en las distancias empedradas
y en los cipreses,
cantando si el sol besa
tus ojos ni cuenta te das.
Una pandora me baja
el circumbolo cuando roza
mi cuerpo en el camino.
De sonido y furia
le grito ¡Ciudadana,
ahora vas a ver!,
y me abalanzo sobre ella
con el pungo preparado.
Cuando ambos caemos al piso
la ataco con el fierro a fin
de extinguir su breve candela
pero imprevistamente vocifera
charlatanerías y lamentos,
una molestia bastante graciosa
debido a su tono soprano.
Lejos de perdonarla,
me pongo de pie,
le pateo la cabeza, que,
poco a poco, cobra la forma
de una pera madura.
Entonces escucho risotadas
y al darme vuelta para mirar,
veo sentados en una vereda
a cinco jovencitos huscarles
que festejan mi acción y la incentivan
con su vociferatio adolescente.
Están vestidos de negro,
con polleras gruesas
que se alargan más allá
de las rodillas;
sus manos agitan
una especie de pincel
a modo de campanilla,
sus pelos caen
largos y desprolijos.
Voy a ellos y noto que todos
dejan los pinceles cerca
de mis pies,
como una ofrenda.
Amablemente me saludan;
yo lo agarro a uno del cuello,
le hago el persero hasta
que escupe el irroro pero
no lo mato y entonces
los coristas me agradecen
y se ríen,
dementes,
a carcajadas.


********************
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3 comentarios:

Anónimo dijo...

ay buenisimo pero cuanta angustia.
saludos

Anónimo dijo...

gracias mary

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ilustración: kelly.

Unknown dijo...

Logró el apoyo del barrio. Bien.