21. La farmacia alternativa
Muevo la palanca y salgo de ahí. Los santurrones avanzan y retroceden por las veredas. La musculatura tiembla por movimientos involuntarios, a causa de la represión. El instinto me desvía los ojos y los pone fijos en las presas: ciudadanos de distintas edades. A todos los acuchillaría, pero como estoy apurado, guardo los aceros en los bolsillos y camino tan tranquilo como puedo, dos cuadras hacia el norte, hasta que llego a la farmacia alternativa de los Chichos. Los hermanos me atienden con eficiencia y dispensando la necesidad. Complacido, les retribuyo con la buena propina, aunque debo reconocer que no me faltan ganas de sacarle las pepitas a uno, al más alto y gangoso, que no para de repetirme su agradecimiento glotal por la compra. Rápidamente, el moralista me toma de rehén al extranjero, atándolo con nudos marineros a la silla turca de la hipófisis, así que me saca del negocio hecho una seda. Ahora voy hacia mi casa. Roque debe estar por llegar en cualquier momento.
22. Los yoes y las voces
Al llegar, lo encuentro a Roque en la vereda haciendo el circumverso.
—Qué haces, Jael.
—Qué hacés, Roque.
—¿Vamos?
—Vamos, pero esperame que agarro unas cosas y le hago un tingo al inodoro.
—Bueno.
Entro cantando las palabras como pétalos de un mal, hago un mundatio breve y arreglo la apariencia, le dejo comida a Ayax y a Pulchino, riego las plantas del patio, tomo un Amoxidal 500, me pongo la mochila negra y salgo otra vez.
—¿Cómo vamos?
—Me parece que lo mejor es salir para Primera Junta y tomar el subte, ¿te parece bien?
—Sí —le digo, y empezamos a caminar hacia Rojas por la perspectiva.
Al pasar por la casa de la Chica Gótica, me muero de ganas por tocarle el timbre, pero me impongo un imperativo categórico y sigo adelante tratando de no mirar.
—¿Te pasa algo? —pregunta Roque
—Nada —le digo, y sigo la romería, en silencio pero hablando conmigo mismo, paso a paso, una larga conversación entre los yoes y las voces, entre las palabras de ahora y las palabras hechas de cadáveres exquisitos, que mezclaron los años y la gente.
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Muevo la palanca y salgo de ahí. Los santurrones avanzan y retroceden por las veredas. La musculatura tiembla por movimientos involuntarios, a causa de la represión. El instinto me desvía los ojos y los pone fijos en las presas: ciudadanos de distintas edades. A todos los acuchillaría, pero como estoy apurado, guardo los aceros en los bolsillos y camino tan tranquilo como puedo, dos cuadras hacia el norte, hasta que llego a la farmacia alternativa de los Chichos. Los hermanos me atienden con eficiencia y dispensando la necesidad. Complacido, les retribuyo con la buena propina, aunque debo reconocer que no me faltan ganas de sacarle las pepitas a uno, al más alto y gangoso, que no para de repetirme su agradecimiento glotal por la compra. Rápidamente, el moralista me toma de rehén al extranjero, atándolo con nudos marineros a la silla turca de la hipófisis, así que me saca del negocio hecho una seda. Ahora voy hacia mi casa. Roque debe estar por llegar en cualquier momento.
22. Los yoes y las voces
Al llegar, lo encuentro a Roque en la vereda haciendo el circumverso.
—Qué haces, Jael.
—Qué hacés, Roque.
—¿Vamos?
—Vamos, pero esperame que agarro unas cosas y le hago un tingo al inodoro.
—Bueno.
Entro cantando las palabras como pétalos de un mal, hago un mundatio breve y arreglo la apariencia, le dejo comida a Ayax y a Pulchino, riego las plantas del patio, tomo un Amoxidal 500, me pongo la mochila negra y salgo otra vez.
—¿Cómo vamos?
—Me parece que lo mejor es salir para Primera Junta y tomar el subte, ¿te parece bien?
—Sí —le digo, y empezamos a caminar hacia Rojas por la perspectiva.
Al pasar por la casa de la Chica Gótica, me muero de ganas por tocarle el timbre, pero me impongo un imperativo categórico y sigo adelante tratando de no mirar.
—¿Te pasa algo? —pregunta Roque
—Nada —le digo, y sigo la romería, en silencio pero hablando conmigo mismo, paso a paso, una larga conversación entre los yoes y las voces, entre las palabras de ahora y las palabras hechas de cadáveres exquisitos, que mezclaron los años y la gente.
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1 comentario:
ilustración: h.m.laisk
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