El sábado a la noche, después de vender anillos, me tomé un bondi para mi casa. Iba lleno, pero de a poco fui llegando hasta el fondo. Entonces me pareció reconocer una cosa verde, un objeto familiar. Me acerqué más y lo miré bien. Era mi libro: Objetos maravillosos. ¿Qué hacía ahí?
Estaba en las manos de un desconocido, que lo venía leyendo, sentado en el medio de los asientos de atrás. ¡Pero qué loco! Al principio, me descoloqué, pero pasada la sorpresa lo encaré y le pregunté ¿Y? ¿ Qué onda el libro? El flaco no entendía nada. Cuando comprendió que yo era juandé, empezó a llamar a los gritos a un amigo, que viajaba dos o tres asientos adelante, en la fila de uno. “¡Che! ¡Este es el autor! ¡Este es el autor!”.
Los pasajeros miraban desconcertados. Los lectores se cagaban de la risa.
Un rato después, se desocuparon otros asientos del fondo y viajamos los tres juntos. Ellos me repetían partes que les habían copado del libro y yo, en un momento, abrí la mochila negra y les mostré los objetos maravillosos, no los de puño y letra, sino los otros, los de carne y hueso con brillantes. No sé quién flasheó más, si ellos o yo. Cuando me bajé, les dije que si querían, que me escribieran un mail, a rexmiles bla bla bla, que la dirección aparecía en la historia de "Totó el oxidado", que lo busquen. Chau —por última vez, bajando los escalones—, qué flash.
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Estaba en las manos de un desconocido, que lo venía leyendo, sentado en el medio de los asientos de atrás. ¡Pero qué loco! Al principio, me descoloqué, pero pasada la sorpresa lo encaré y le pregunté ¿Y? ¿ Qué onda el libro? El flaco no entendía nada. Cuando comprendió que yo era juandé, empezó a llamar a los gritos a un amigo, que viajaba dos o tres asientos adelante, en la fila de uno. “¡Che! ¡Este es el autor! ¡Este es el autor!”.
Los pasajeros miraban desconcertados. Los lectores se cagaban de la risa.
Un rato después, se desocuparon otros asientos del fondo y viajamos los tres juntos. Ellos me repetían partes que les habían copado del libro y yo, en un momento, abrí la mochila negra y les mostré los objetos maravillosos, no los de puño y letra, sino los otros, los de carne y hueso con brillantes. No sé quién flasheó más, si ellos o yo. Cuando me bajé, les dije que si querían, que me escribieran un mail, a rexmiles bla bla bla, que la dirección aparecía en la historia de "Totó el oxidado", que lo busquen. Chau —por última vez, bajando los escalones—, qué flash.
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7 comentarios:
(Perpleja.)
Que buena historia...
el sueño del autor y el del lector amalgamados.
A nosotros nos pasó que en una conversacion sobre bondis, una chica me empezó a contar la historia de la barrera que está en Objetos Maravillosos. Le dije: "Pero eso está en el libro de Incardona". Se quedo pensando la chica..."Si, es verdad!!!Pero te juro que pensaba que me había pasado a mí; no me había dado cuenta que lo había leído!"
Congratx, Juan!!!
PD: ¿recibiste el mail?
gracias a todos!
hola sonia, qué mail, el de los libros? te lo contesté hace bastante, capaz no te llegó, ahora te lo reenvío. un beso
los gajes de la fama...me alegro Rex
saludos
Begoña
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