Son las siete de la tarde. Vuelvo a casa. Entro a la Estación Once por la entrada más angosta de Pueyrredón.
Las expendedoras están fuera de servicio. El cartel electrónico se apagó de repente. Las colas en las ventanillas hacen nudos marineros. Por suerte tengo boleto de ida y vuelta. Los pasajeros avanzan. Los molinetes giran descontrolados. En los andenes no cabe un alfiler. Hay personas trepadas a una columna. La gente se queja. Los trenes están demorados.
De pronto, se escuchan cohetes. Un grupo se abre paso. Muchos corren. Las bocas se disputan el poco aire que queda. Es la imagen de la vida. Centenares de manos golpean las chapas de los vagones. El volumen aumenta progresivamente, hasta marcar el latido del corazón, que se eleva por encima de las cabezas.
La serpiente humana se muerde la cola en la entrada de los andenes y después enfila hacia el oeste. Barquitos repletos navegan alrededor de los puestos de venta. La tripulación lleva gorritos con visera. Una banderita argentina rebota en el aire, manipulada por el viento caliente que escupe el motor de una máquina.
No sé qué hacer, estoy encerrado por mil cuerpos. Acá no existe la libertad ni la esperanza. El atardecer se vuelve negro como la grasa. La estación se tiñe de oscuridad tornasolada. Los placeres buenos se convierten en momentos recónditos, imposibles de ser recordados. Alguien se ríe y eso resulta increíble. La carcajada es grotesca. Debe ser un burlón del futuro, mirando la tele con humor negro, después de una tragedia.
La multitud me conserva inmutable, en algún recoveco de torsos y de brazos.
Las quejas recrudecen. Hay empujones. La gente choca contra la formación estacionada del Sarmiento. El pánico abre huecos en el laberinto anatómico. Se escuchan amenazas. Las caras están pálidas, quizás enmascaradas. Veo rosarios de plástico. Veo estampitas. Veo una luz insoportable, que me enceguece a la derecha, reflejada en los anteojos de una mujer.
Hay una paloma atrapada. Busca la salida, pero rebota una y otra vez contra el techo. Le sale espuma del pico. Una mano asoma de las cabezas y le tira una lata. Esto llama la atención del resto. La paloma esquiva el proyectil. Crece un rumor. Mientras tanto, ella va y viene a toda velocidad. Todos le prestan atención. Esto debe ser una obra de teatro. La platea está repleta. Ya no quedan entradas para ver a la paloma, que ahora planea decidida hacia adelante. Parece que va a salirse. Hay expectativa. Efectúa maniobras pero va perdiendo energía. Choca contra la pared y cae, resbalando verticalmente.
Una voz anuncia por los altoparlantes que el tren está por salir. “Rápido a Flores. De Flores rápido a Liniers, parando después en todas las estaciones intermedias”. Se abren las puertas en el andén 4. La avalancha produce olas humanas gigantescas. Hay desesperación. Una fuerza sobrenatural me arrastra por debajo de la línea de flotación y me empuja mar adentro hacia los vagones. Me falta el aire. Estoy mareado. Se me cierran los ojos.
Las expendedoras están fuera de servicio. El cartel electrónico se apagó de repente. Las colas en las ventanillas hacen nudos marineros. Por suerte tengo boleto de ida y vuelta. Los pasajeros avanzan. Los molinetes giran descontrolados. En los andenes no cabe un alfiler. Hay personas trepadas a una columna. La gente se queja. Los trenes están demorados.
De pronto, se escuchan cohetes. Un grupo se abre paso. Muchos corren. Las bocas se disputan el poco aire que queda. Es la imagen de la vida. Centenares de manos golpean las chapas de los vagones. El volumen aumenta progresivamente, hasta marcar el latido del corazón, que se eleva por encima de las cabezas.
La serpiente humana se muerde la cola en la entrada de los andenes y después enfila hacia el oeste. Barquitos repletos navegan alrededor de los puestos de venta. La tripulación lleva gorritos con visera. Una banderita argentina rebota en el aire, manipulada por el viento caliente que escupe el motor de una máquina.
No sé qué hacer, estoy encerrado por mil cuerpos. Acá no existe la libertad ni la esperanza. El atardecer se vuelve negro como la grasa. La estación se tiñe de oscuridad tornasolada. Los placeres buenos se convierten en momentos recónditos, imposibles de ser recordados. Alguien se ríe y eso resulta increíble. La carcajada es grotesca. Debe ser un burlón del futuro, mirando la tele con humor negro, después de una tragedia.
La multitud me conserva inmutable, en algún recoveco de torsos y de brazos.
Las quejas recrudecen. Hay empujones. La gente choca contra la formación estacionada del Sarmiento. El pánico abre huecos en el laberinto anatómico. Se escuchan amenazas. Las caras están pálidas, quizás enmascaradas. Veo rosarios de plástico. Veo estampitas. Veo una luz insoportable, que me enceguece a la derecha, reflejada en los anteojos de una mujer.
Hay una paloma atrapada. Busca la salida, pero rebota una y otra vez contra el techo. Le sale espuma del pico. Una mano asoma de las cabezas y le tira una lata. Esto llama la atención del resto. La paloma esquiva el proyectil. Crece un rumor. Mientras tanto, ella va y viene a toda velocidad. Todos le prestan atención. Esto debe ser una obra de teatro. La platea está repleta. Ya no quedan entradas para ver a la paloma, que ahora planea decidida hacia adelante. Parece que va a salirse. Hay expectativa. Efectúa maniobras pero va perdiendo energía. Choca contra la pared y cae, resbalando verticalmente.
Una voz anuncia por los altoparlantes que el tren está por salir. “Rápido a Flores. De Flores rápido a Liniers, parando después en todas las estaciones intermedias”. Se abren las puertas en el andén 4. La avalancha produce olas humanas gigantescas. Hay desesperación. Una fuerza sobrenatural me arrastra por debajo de la línea de flotación y me empuja mar adentro hacia los vagones. Me falta el aire. Estoy mareado. Se me cierran los ojos.
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Foto sacada con mi celular en la Estación Once del Ferrocarril Sarmiento.
9 comentarios:
qué vértigo. y la paloma. magnífico relatoreal. mis felicitaciones. lo he leído mientras desayuno aquí donde el silencio son pájaros sueltos.
Muchas gracias JQN.
qué buena la definición de ese silencio. Dónde estás?
saludos!
actualmente partido de la costa, pero ese silencio se expande 200km a la redonda
según vaya o vuelva
especie actual: benteveo que chilla.
buenas tardes tenga ud.
muy comprendido muy.
la otra vez viajé (es decir, fui apretada, estrujada, tapada por la masa, era brazo y pierna y todo) en ese tren, a esa pico, piquísimo al parecer.
Me hizo acordar,ahora me hará acordar siempre. La paloma, pobre.
que suerte Juan que tenes celular con cámara de fotos.
-se imagina bien ese lugar jqn. saludos!
-gracias por el comentario j. solés tomar el sarmiento?
-pulpita. el celular me lo regaló mi hermanita para micumple. en garbarino me vendieron uno robado. y eso que estaba empaquetado. cuando llegué a casa vi que estaba lleno de fotos de gente, grabaciones con puteadas, un desastre.
volví a garbarino y armé un escándalo.
me pasearon una semana hasta que me dieron otro. besos
hola Rex!
Hola!
ufff sufrí el sarmiento, excelente el relato Rex!
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