Toco la viola desde niñito. El primer tema que aprendí, allá por cuarto grado, fue "La vestido celeste", una canción pegadiza y simple, sólo dos acordes: Lam y Mi7.
La vestido celeste todos la llaman
y para ella va mi canción...
Tuve guitarras muy queridas: "Malena", "Gricel", "La embalada", etc..., todas chicas muy callejeras y bien predispuestas para el blues y al rock and roll en la vereda. Cuando cumplí los veinte empecé a estudiar en Escuelas Populares de Música. Después vino el Conservatorio Manuel de Falla. En esa época me compré una chica de concierto, de papá Luthier, bastante aristocrática y con voz refinada, capaz de llevar a cabo armónicos sofisticados y silbar como ruiseñor arrastres en valsesitos y hasta en milongas camperas. Era una chica de departamento, muy protegida por su familia, rodeada sólo de gente íntima y dispuesta a tocar solamente con instrumentos dignos de ella: chelos, flautas traversas, violines.
A pesar de nuestra diferencia de clase, nos enamoramos desde el primer momento. Cuando la agarré de la cintura aquella tarde -la primera-, la panza de la nena hizo un sonido, una vibración, como hacen las guitaras cuando las levantás contra el viento. Sí señor, esa chica me estaba tirando toda la onda. Y yo también gustaba de ella, tan linda, tan lustrosa con su palisandro, tan morocha en su diapasón de ébano, tan coqueta con sus trastes de alpaca.
Tuve que romper el chanchito y juntar monedas de acá y de allá hasta que, finalmente, junté lo necesario para pagarle los tributos a sus padres.
Hace casi diez años que estamos casados. Cuando la desposé era virgen y muy tímida, pero después de tantos años y tantos viajes, mochilas y campamentos, ahora es bastante putita. Ya no curte tanto el adagio, el andante y el alegretto; ahora le cabe el rock, le cabe el tango. Es claro, mi compañía fue corruptora para ella: a los violines, a los chelos y a todos esos pitucos que frecuentaba no los ve más, y ni siquiera parece extrañarlos. Ahora se la ve muy cachonda con nuestro amigo el paria Blues Harp, el desdentado.
Sin embargo, debo confesar un pecado. En los últimos tres años, por dedicarme tan fervientemente a la literatura, la tuve bastante abandonada y colgada en el ropero. No hablaba con ella, ni siquiera la miraba, no le cambiaba las cuerdas, no le pasaba la franela por la espalda, nada.
Hace poco la vi, junto a unas cajas, tan triste, con la cabeza baja, sollozante. El corazón se me detuvo. ¿Cómo fui capaz? No le dije nada. Fui a mi pieza, agarré guita y salí del departamento. Caminé rapidito hasta Rivadavia y allí le pregunté a un canillita si conocía alguna casa de música que estuviera cerca.
-Acá la vuelta, frente a la plaza.
Le compré el juego de cuerdas más caro y una batería de 9 volts para el afinador.
Volví a mi casa corriendo -perdoname nena, perdón, perdón, soy un imbécil-.
Desde hace un mes que nuestra relación volvió a ser como antes. Ella está feliz. Y yo también.
Vení, nena, toquemos algo para los pibes.
La vestido celeste todos la llaman
y para ella va mi canción...
Tuve guitarras muy queridas: "Malena", "Gricel", "La embalada", etc..., todas chicas muy callejeras y bien predispuestas para el blues y al rock and roll en la vereda. Cuando cumplí los veinte empecé a estudiar en Escuelas Populares de Música. Después vino el Conservatorio Manuel de Falla. En esa época me compré una chica de concierto, de papá Luthier, bastante aristocrática y con voz refinada, capaz de llevar a cabo armónicos sofisticados y silbar como ruiseñor arrastres en valsesitos y hasta en milongas camperas. Era una chica de departamento, muy protegida por su familia, rodeada sólo de gente íntima y dispuesta a tocar solamente con instrumentos dignos de ella: chelos, flautas traversas, violines.
A pesar de nuestra diferencia de clase, nos enamoramos desde el primer momento. Cuando la agarré de la cintura aquella tarde -la primera-, la panza de la nena hizo un sonido, una vibración, como hacen las guitaras cuando las levantás contra el viento. Sí señor, esa chica me estaba tirando toda la onda. Y yo también gustaba de ella, tan linda, tan lustrosa con su palisandro, tan morocha en su diapasón de ébano, tan coqueta con sus trastes de alpaca.
Tuve que romper el chanchito y juntar monedas de acá y de allá hasta que, finalmente, junté lo necesario para pagarle los tributos a sus padres.
Hace casi diez años que estamos casados. Cuando la desposé era virgen y muy tímida, pero después de tantos años y tantos viajes, mochilas y campamentos, ahora es bastante putita. Ya no curte tanto el adagio, el andante y el alegretto; ahora le cabe el rock, le cabe el tango. Es claro, mi compañía fue corruptora para ella: a los violines, a los chelos y a todos esos pitucos que frecuentaba no los ve más, y ni siquiera parece extrañarlos. Ahora se la ve muy cachonda con nuestro amigo el paria Blues Harp, el desdentado.
Sin embargo, debo confesar un pecado. En los últimos tres años, por dedicarme tan fervientemente a la literatura, la tuve bastante abandonada y colgada en el ropero. No hablaba con ella, ni siquiera la miraba, no le cambiaba las cuerdas, no le pasaba la franela por la espalda, nada.
Hace poco la vi, junto a unas cajas, tan triste, con la cabeza baja, sollozante. El corazón se me detuvo. ¿Cómo fui capaz? No le dije nada. Fui a mi pieza, agarré guita y salí del departamento. Caminé rapidito hasta Rivadavia y allí le pregunté a un canillita si conocía alguna casa de música que estuviera cerca.
-Acá la vuelta, frente a la plaza.
Le compré el juego de cuerdas más caro y una batería de 9 volts para el afinador.
Volví a mi casa corriendo -perdoname nena, perdón, perdón, soy un imbécil-.
Desde hace un mes que nuestra relación volvió a ser como antes. Ella está feliz. Y yo también.
Vení, nena, toquemos algo para los pibes.
*La guitarra en el ropero ya no está colgada, ya no está colgada, y si te copás al vuelo no te digo nada, no te digo nada, porque atravesás un tiempo de guitarra...
P y P.
Rexistencia 7 ------------------------------------------------------------
9 comentarios:
Estimado Rex,
Las guitarras son lo máximo!
Pase por casa cuando quiera y zapamos un rato.
Atte.
Dale, arreglemos por mail.
Ah, las el erotismo musical... alguien me dijo una vez algo respecto del piano. Pero a mí no me pasaba eso con el piano. Digo, había una cuestión física muy intensa, pero lejos estaba yo de adjudicarle matices eróticos.
Hasta que un día un compañero del conservatorio me dijo que hacer música de cámara era como hacer el amor (sic).
Eh?
Sí, claro, por qué me mirás así.
Al final nunca hicimos música con mi compañero porque él era también pianista y las obras de piano a cuatro manos las hice con una chica de taiwan que de erótico no tenía nada. No nos entendíamos muy bien.
Luego anduve con guitarristas y flautistas pero sin mayor éxito.
Más adelante tomé lecciones de chelo porque... bueno, tenerlo abrazado entre las piernas sí encerraba montones de implicancias que no hace falta explicar. Pero por falta de tiempo y dinero lo abandoné pronto.
Hoy en día a falta de piano compré hace poco una guitarra pero no sé tocar más que una docena de acordes.
Podrías pensar en llevar a tu chica de las seis cuerdas al próximo encuentro del interpretador, por qué no.
Jimenix:
Lástima que tuviste que irte antes, pero al final del Bonus Track pintó una viola y una armónica y zapamos un rato.
saludos
rex, hermoso relato. vas a alimentar las fantasías de todas las chichis si vemos que tratás así a una de ellas.
espero verlos juntos en alguna ocasión, da gusto encontrarse a parejas en su buen momento.
hermosa fábula rex!! y no descuide tanto a su diosa de ébano!
Cómo no, Lola, cuando quiera.
gracias, C, no lo haré, lo prometo.
Lo más erótico del mundo: ver a un músico tocando desnudo su guitarra, con una pierna cruzada y esa forma tan mágica de crear sonidos.
Gracias por la visita, Vir!
un beso
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