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Tal como le había prometido al pibe de cablevisión que me hizo una promo para fibertel, hoy pasé por las oficinas para llevarle un anillo de regalo.
Pasé a eso de las cuatro de la tarde.
—Hola —me acerqué a un tipo de seguridad—, ¿está Mariano, el chico que atiende ahí en las mesas?
—Salió a almorzar.
—Okey, vuelvo más tarde.
Para hacer tiempo me fui a once, donde compré mostacillas y distintos tipos de bolas y canutillos de colores para la nueva línea de collares de mi empresa (¡son un éxito de ventas!).
Tipo seis y media entré de nuevo a Cablevisión.
—¿Vos lo buscás a Mariano, no? —me preguntó una chica que no había visto antes (parece que se había corrido la bola). Por favor, tomá asiento, ya viene.
Cinco minutos más tarde, apareció el rollinga de una puerta lateral.
—Qué hacés, loco —me acerqué—, no sé si te acordás de mí. Hace unos días me hiciste una promo y yo te prometí que te iba a traer un anillo, así que acá estoy, cumpliendo mi palabra.
—Ah, sí —recordó—, vení —y fuimos hasta la mesa donde laburaba.
Nos sentamos. Yo saqué la caja de anillos.
—Gracias, muchas gracias —empezó a repetirme.
—No, man, gracias a vos. Elegite el que quieras.
—¿Los hacés todos vos?
—Una parte. Compro los moldes y después les sueldo las bases y les pego las piedras.
—Están muy buenos. ¿Dónde los vendés?
—En los bares de Palermo, a la noche.
—Che, estos me gustan mucho —señaló los anillos de resina.
Se los fue probando uno por uno pero no le iban los tamaños.
—Bueno —dijo—, le llevo uno a mi novia.
—Hagamos una cosa —le propuse—, llevate uno de piedras para tu chica, que son regulables, y la semana que viene te traigo uno de resina más grande.
—¿De verdad? Muchas gracias, pero no te quiero molestar.
—Todo bien. Mirá qué bueno este verde —le mostré un “Brillitos embriagadores”—, seguro le va a gustar.
—Sí, es lindo —comentó, con el anillo en la mano.
En ese momento nos dimos cuenta que, atrás de una columna que estaba al lado de la mesa, estaban semiescondidos un policía y el tipo de seguridad con el que había hablado más temprano. Le sacaban fotos a Mariano con los celulares y se cagaban de la risa.
—Loco, déjense de joder —les pidió el rollinga.
El policía y el otro se arrimaron a la mesa y lo seguían jodiendo a Mariano. Después de un rato, empezaron a mirar los anillos.
—Che, pero están buenos —dijo el poli.
—Puede probarse —le contesté.
—Me parece que le voy a llevar uno a mi jermu.
—Tienen inmensos poderes afrodisíacos —le conté, explorando los límites de la venta ambulante.
Todos se rieron.
—¿Este cuanto vale? —preguntó por uno azul.
—Diez pesos.
—Bueno, me lo llevo.
—Espere que le doy un sobrecito.
—Dale.
A partir de ese momento fue un efecto dominó, porque el de seguridad también se compró uno (para la hija) y las chicas de las cajas se acercaron para ver qué estaba pasando (les vendí a todas).
Estuve sentado en esa mesa, que se había convertido en un puesto de feria, casi media hora, rodeado de cajeras que se probaban todos y cada uno de los objetos maravillosos.
Mientras en Cablevisión se formaba la Comunidad del Anillo, las filas de clientes, boletas en mano, crecían frente a las ventanillas y pronto el fastidio inundó la sala.
Tuve que levantar las cajas antes de que se revolucione todo. El aire se cortaba con una tijera. Le prometí a Mariano traerle el anillo de resina la semana que viene.
Pedí permiso y fui saliendo despacio, atravesando las filas. Los empleados me saludaban, contentos, embriagados, afrodisíacos.
Pasé a eso de las cuatro de la tarde.
—Hola —me acerqué a un tipo de seguridad—, ¿está Mariano, el chico que atiende ahí en las mesas?
—Salió a almorzar.
—Okey, vuelvo más tarde.
Para hacer tiempo me fui a once, donde compré mostacillas y distintos tipos de bolas y canutillos de colores para la nueva línea de collares de mi empresa (¡son un éxito de ventas!).
Tipo seis y media entré de nuevo a Cablevisión.
—¿Vos lo buscás a Mariano, no? —me preguntó una chica que no había visto antes (parece que se había corrido la bola). Por favor, tomá asiento, ya viene.
Cinco minutos más tarde, apareció el rollinga de una puerta lateral.
—Qué hacés, loco —me acerqué—, no sé si te acordás de mí. Hace unos días me hiciste una promo y yo te prometí que te iba a traer un anillo, así que acá estoy, cumpliendo mi palabra.
—Ah, sí —recordó—, vení —y fuimos hasta la mesa donde laburaba.
Nos sentamos. Yo saqué la caja de anillos.
—Gracias, muchas gracias —empezó a repetirme.
—No, man, gracias a vos. Elegite el que quieras.
—¿Los hacés todos vos?
—Una parte. Compro los moldes y después les sueldo las bases y les pego las piedras.
—Están muy buenos. ¿Dónde los vendés?
—En los bares de Palermo, a la noche.
—Che, estos me gustan mucho —señaló los anillos de resina.
Se los fue probando uno por uno pero no le iban los tamaños.
—Bueno —dijo—, le llevo uno a mi novia.
—Hagamos una cosa —le propuse—, llevate uno de piedras para tu chica, que son regulables, y la semana que viene te traigo uno de resina más grande.
—¿De verdad? Muchas gracias, pero no te quiero molestar.
—Todo bien. Mirá qué bueno este verde —le mostré un “Brillitos embriagadores”—, seguro le va a gustar.
—Sí, es lindo —comentó, con el anillo en la mano.
En ese momento nos dimos cuenta que, atrás de una columna que estaba al lado de la mesa, estaban semiescondidos un policía y el tipo de seguridad con el que había hablado más temprano. Le sacaban fotos a Mariano con los celulares y se cagaban de la risa.
—Loco, déjense de joder —les pidió el rollinga.
El policía y el otro se arrimaron a la mesa y lo seguían jodiendo a Mariano. Después de un rato, empezaron a mirar los anillos.
—Che, pero están buenos —dijo el poli.
—Puede probarse —le contesté.
—Me parece que le voy a llevar uno a mi jermu.
—Tienen inmensos poderes afrodisíacos —le conté, explorando los límites de la venta ambulante.
Todos se rieron.
—¿Este cuanto vale? —preguntó por uno azul.
—Diez pesos.
—Bueno, me lo llevo.
—Espere que le doy un sobrecito.
—Dale.
A partir de ese momento fue un efecto dominó, porque el de seguridad también se compró uno (para la hija) y las chicas de las cajas se acercaron para ver qué estaba pasando (les vendí a todas).
Estuve sentado en esa mesa, que se había convertido en un puesto de feria, casi media hora, rodeado de cajeras que se probaban todos y cada uno de los objetos maravillosos.
Mientras en Cablevisión se formaba la Comunidad del Anillo, las filas de clientes, boletas en mano, crecían frente a las ventanillas y pronto el fastidio inundó la sala.
Tuve que levantar las cajas antes de que se revolucione todo. El aire se cortaba con una tijera. Le prometí a Mariano traerle el anillo de resina la semana que viene.
Pedí permiso y fui saliendo despacio, atravesando las filas. Los empleados me saludaban, contentos, embriagados, afrodisíacos.
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anterior:
Rexistencia 40 - El ángel rollinga de cablevisión (1ra parte)
12 comentarios:
ey muy bueno
y los de abajo
saludos
El aire se cortaba con una tijera... como la que empezó el relato?
"La comunidad del anillo", me gustó eso.
JOjojo
vine a tu blog por recomendación de la luciérnaga y la nucífora (amigas muy mías) y no me arrepiento!!!
Me leí todo el cuento del angel rollinga y quedé encandilada!!
creo que le vi un anillo tuyo a la nucífora. ¿Son de plástico? a mi me gusta el metal (en los dedos, para los oidos, no solo metal, tb jazz, rock, y melodías ochentosas que me dan verguenza) pero por ahí si me gustan mucho soy capaz de comprarte.
YO que vos me instalo un puestito en la puerta de cablevisión.
Me da una pena esto que contás por otro lado... yo me acabo de pasar a telecentro y dejé fibertel... por ahí, si me hubiera cruzado con tu angel...
bueh.
te mando un beso, suertudo.
gaviota
-gracias Barbol!
-Sú rufián!, qué bueno que reparaste en esa frase de la tijera. abrazo
-gracias sol!
tengo anillos de distintos materiales (también collares), de plástico, de acrílico, de vidrio, de resina y de metales (enchapados en plata, de bronce, de cobre, etc), todos con inmensos poderes afrodisíacos.
besos
Buenisimo!
Estamos esperando la tercera parte...
Continuaba la historia nomás!
bien por la comunidad del anillo
saludos
Bravo Rexius. Rolingas al poder!
Atte.
gracias guillermina! viste emma que te dije! aguante obelix!
es que las oficinas son los mejores lugares para vender.
es contagioso, compra una, compran todas.
yo en una época vendía bombachas, las traía a la oficina de mi hermana y se juntaban como palomas todas las chicas.
suerte, $$$, y free hugs for you!
un beso juan!
maga-.
gracias, maga, es verdad, tengo que empezar a ir por oficinas. los empleados se ponen compulsivos, quizás quieren consolar su tedio y por eso se hacen a sí mismos un regalo.
besos
y yo tengo uno recuerda?¿
saludos
sí, marinila, recuérdo.
y cómo se llamaba su anillo?
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