Los personajes escondidos 1 – A causa de Emilio Trápani
Para librarse de la luz mala es prudente rezar y morder la vaina de un cuchillo. Existe la imaginación ensayística, como existe la imaginación narrativa y la imaginación poética. Todas las imaginaciones pueden representarse de cualquier manera y entrar en cualquier momento en cualquier cosa... Cosa de negros, por ejemplo, el relato de Cucurto, es una cosa singular. Me perdono la repetición. Las cosas de negros son otro tipo de cosas, plurales como las ramas de un árbol, o las palabras que se dicen en una conversación, entre, digamos, cualquier persona con otra, y entre tanto cualquierismo o cualquierización, podríamos identificar a dos grandes autores nacionales: Borges y Bioy Casares el día que se conocieron. Bioy lo llevaba en auto a Borges desde la casa de Victoria Ocampo hasta Las Heras y Pueyrredón. Hablaban de un libro de Vicente Rossi, Cosas de negros. Bien, días que se empujan en desorden es una cita de La náusea de Sartre. Esto es lo que hay, también. Esto es lo que hay y es desorden. El ensayo, en cambio, tiene que ser ordenado y su hilo conductor debería ser argumentativo. Pero lo ensayístico no siempre es un ensayo. Lo mismo sucede con lo poético y lo narrativo. Qué linda palabra que es "arborescencia". Las cosas suceden en todas partes, aún en las ajenas. Las narrativas, las poéticas y las ensayísticas vienen cuando uno menos las espera y modifican el mundo. Es mentira que las cosas estén cosificadas. La cosificación es otra cosa. La cosa es una experiencia, el resultado de una percepción en constante devenir, de una imaginación de imaginaciones filtradas entre los imaginarios, esos entes coercitivos. Los capitales humanos que se desprenden de la imaginación son fuegos fatuos, como la luz mala, un incendio de ciertas materias animales y vegetales en putrefacción. Nuestra cabeza se pudre progresivamente. Los gusanos que nos comen cuando estamos muertos ya fueron anticipados por los sueños. A un amigo mío de Villa Celina que se apellida Navarro un día se le ocurrió ver al Hombre Gato en la calle San Pedrito. Creo, de todos modos, que efectivamente el Hombre Gato apareció. Pero supongamos que se trataba de una alucinación de Navarro. Pascal llamaba imaginación a eso que después Freud nombró inconsciente. La imagen de Navarro en Villa Celina se dijo así: "el Hombre Gato saltó una pared y tenía ojos rojos". Las imágenes se dicen. Lo mismo pasa con los poemas. Los surrealistas nos dan como novedad aquella definición que dice que la imaginación es la facultad mediante la cual el hombre puede reunir dos realidades distantes. ¿Las cosas primero se piensan y después se dicen o se trata de algo simultáneo? Los lectores de Borges, como Mairal, Hernaiz y yo, recordamos con cariño el diálogo entre dos personajes, que, a su vez, son dos narradores, llamados Borges y Emilio Trápani, en el cuento Juan Muraña:
—Me prestaron tu libro sobre Carriego. Ahí hablás todo el tiempo de malevos; decime, Borges, vos, ¿qué podés saber de malevos?
Me miró con una suerte de santo horror.
—Me he documentado —le contesté.
No me dejó seguir y me dijo:
—Documentado es la palabra. A mí los documentos no me hacen falta; yo conozco a esa gente.
Al cabo de un silencio agregó, como si me confiara un secreto:
—Soy sobrino de Juan Muraña.
Me miró con una suerte de santo horror.
—Me he documentado —le contesté.
No me dejó seguir y me dijo:
—Documentado es la palabra. A mí los documentos no me hacen falta; yo conozco a esa gente.
Al cabo de un silencio agregó, como si me confiara un secreto:
—Soy sobrino de Juan Muraña.
¿Por qué a Borges se le ocurrió llamar Trápani a este segundo narrador? ¿Lo imaginó o era alguien real? ¿Tiene sentido pensar esto?
Si todo narrador supone una especie de alter-ego, otro yo, del autor, los segundos narradores son otro otro yo. ¡Qué lío! Será que cuanto más lejos el yo, mejor la voz para el deseo y más libre se siente uno –Borges- de soñar, de imaginar cualquier cosa. Parece una contradicción que el deseo crezca en la distancia del yo, pero no lo es, porque el yo no está acá sino siempre allá, en la imaginación, punta donde se unen esas dos realidades a las que se referían los surrealistas. Son las paralelas de la geometría proyectiva, que se unen en el infinito (idea que confieso recurrente). Ahí está el yo, pero no todos los yoes, sino solamente el del observador. Y cada uno de los seres autovoyeurs, llámeselos humanos, tiene su infinito construido. Pero volvamos un poco. Antes del diálogo, el primer narrador (Borges-personaje) de Juan Muraña, cuenta:
Yo iba a Morón; Trápani, que estaba junto a la ventanilla, me llamó por mi nombre. Tardé en reconocerlo; habían pasado tantos años desde que compartimos el mismo banco en una escuela de la calle Thames. Roberto Godel lo recordará.
Roberto Godel fue una persona real, amigo de Borges de casi toda la vida. De ellos quedan unas cartas inéditas, y, sobre todo, curiosas por la ortografía. De una (de la colección de Alejandro Vaccaro) se lee este párrafo, que a los 13 años le escribía Borges desde Ginebra a su amigo:
Yo ya no voi más al colegio i me estoi preparando a dar dos años en uno para acabar lijero. Tomo lecciones particulares en un instituto cerca de casa. Me estoi volviendo mui haragán i tengo un odio profundo a ese farsante de Cicerón i a las raíces cúbicas aljebraicas.
Volviendo al personaje-narrador de Juan Muraña, el señor Trápani, pude averiguar que su nombre nos lleva a Sicilia, donde existe una ciudad del mismo nombre. Es interesante, y borgeana, la coincidencia de que justo allí Cicerón –nombrado en la carta por Borges a Godel, que recordará a Trápani- llevó a cabo su más famoso juicio –Cicerón era abogado- al dictador Verres.
Muraña suena parecido a araña y telaraña. ¿Habrá imaginado Borges un cuento que empezó en una carta a los trece años?
No puede saberse, aunque todo imaginarse. ¿Tiene sentido pensarlo? Hay algo que es cierto: Juan Muraña es un cuento importante en la obra de Borges. Porque, entre otras cosas, retoma algo que escribió cuarenta años antes. De esto se han ocupado Emir Rodríguez Monegal y Sylvia Molloy, entre otros. En 1930, en el Prólogo a su biografía de Evaristo Carriego, Borges escribe:
"Yo creí, durante años, haberme criado en un suburbio de Buenos Aires, un suburbio de calles aventuradas y de ocasos visibles. Lo cierto es que me crié en un jardín, detrás de una verja con lanzas, y en una biblioteca de ilimitados libros ingleses".
Cuarenta años después, en el año 1970, Borges reescribe en el comienzo de "Juan Muraña" (quinto relato de El informe de Brodie) aquella confesión de su juventud, aunque con algunas diferencias:
"Durante años he repetido que me he criado en Palermo. Se trata, ahora lo sé, de un mero alarde literario; el hecho es que me crié del otro lado de una verja con lanzas, en una casa con jardín y con la biblioteca de mi padre y de mis abuelos".
Para librarse de la luz mala es prudente rezar y morder la vaina de un cuchillo.
JDI
6 comentarios:
¿Trabar nuestras lenguas con rezos momentáneos y simulacros de filo para no cegarnos tanto con las raíces cúbicas algebraicas? Vamos a probar...
(Me dijeron que tirar clavos al piso todas las mañanas también funciona.)
Gracias box!
Usted siempre lee los delirios de uno!
besos
interesante delirio.....gracias por compartirlo, "hacer ´rizoma" o arborescencia con nosotros.
gran delirio amigo, me da la impresión de q podría seguir y seguir y seguir
salu2
-Gracias Rusita. Ya lograste comprender la plantilla?
Loyds: es cierto, amigo, como casi todos los delirios.
nos vemos mañana en el fútbol!
saludos
I like it! Good job. Go on.
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