miércoles, marzo 01, 2006

Electrofilia

Hice mi primera instalación a los 10 años: una extensión de tres tomas en la cocina de mi Tío el Amado, mi primer maestro. Ese día, además, fue la primera vez que me agarró corriente. Si mi vieja se enteraba, lo mataba a mi tío. Pobre, en realidad no fue su culpa. Para trabajar habíamos cortado la luz. Después, cuando terminamos, la dimos de vuelta, y yo fui a mirar cómo quedó todo. En una de las uniones descubrí un alambrecito naranja que asomaba. Supongo que estaba mal encintado. Lo miré un rato. Mi tío no estaba en ese momento. Yo sabía que no tenía que tocarlo. Mi tío ya me había dicho que la electricidad era peligrosa. Qué risa. Todavía me retumban los consejos del Amado: “no toques nada hasta que no esté cortada la luz. Nunca”. Lo mío empezó de chico, eh, no hay duda. Qué barbaro. La verdad que no pude aguantar la tentación de tocarlo. Qué lindo que es el cobre. Me encanta su color, su flexibilidad, su conductancia. Es mi metal favorito. Yo estaba seguro que no me iba a morir, porque cuando empecé a trabajar aquel día, recé y hablé con la electricidad. Ahora hago lo mismo. Para mí la electricidad tiene una especie de santidad, es como el alma del universo, lo que mueve todo. Dios es electricidad. El amor es electricidad. Todo es electricidad. Parece una boludez lo que digo, pero para laburar en esto te tenés que hacer amigo de ella y estar tranquilo y tenerle confianza. Porque sino la electricidad se da cuenta, te huele el miedo como si fuera un perro. Miré alrededor para ver si estaba solo. Mi tío no aparecía. Acerqué la mano despacito, despacito, despacito y con el dedo índice lo toqué. Fue la primera de muchas. Ah, esa sensación es incomparable. El hormigueo te sube y te llena de vida. Primero te agarran los espasmos en los músculos. Se te contrae todo como cuando estás cogiendo y acabás. Pero esto es mucho mejor, porque te viene apenas arrancás. Después la sangre se vuelve loca y te da taquicardia. El corazón bombeando a todo lo que da es un espectáculo. No creo que haya otra cosa que te haga sentir el cuerpo como lo hace la electricidad. Es maravilloso. Tengo la teoría de que los seres humanos trabajamos al 30 o 40 por ciento. Estamos llenos de zonas inexploradas, de partes no desarrolladas. Vamos por la vida como un autito que va regulando. Después el hormigueo se convierte en temblor y yo creo que ahí es cuando se siente el punto máximo. Uno se vuelve blando y plástico, tus límites físicos se pierden y entrás en contacto con los objetos que te rodean. Ahí te das cuenta que todo es una sola y única cosa, y que lo que une todo es la electricidad. Después viene la relajación y finalmente una especie de somnolencia llena de paz, empezás a transpirar frío y te baja la temperatura y todo se va apagando y sentís como si flotaras. Es tener los ojos cerrados estando abiertos. Te quedás un rato así y en un momento preciso te desconectás. Esto último no lo sabe hacer cualquiera. Yo lo sé porque estoy entrenado, lo hice toda mi vida, pero hay gente que se cree que sabe y no sabe nada. Se hacen los aventureros y son unos snobs que se creen que esto es como ir arriba de una moto. Vienen con la sanata de la libertad y del viento en contra. Pero electrocutarse es un oficio. Y ser electricista no tiene nada que ver. Son cosas diferentes. ¿Sabés la cantidad de giles que se quedaron pegados? En fin. La electricidad es como el mar, en un punto, un mar invisible. Tiene olas, tiene canales, tiene mareas que suben y bajan. El tipo que sabe, aprovecha la retracción de la ola, lo que llaman “el reflujo”. Si tenés práctica, te das cuenta por los latidos del corazón. Cuando te electrocutás, la taquicardia no es pareja, bombeás rápido pero con arritmia. Entonces, si uno sabe escuchar los latidos, se desconecta cuando la frecuencia lo permite, que es en los momentos de marea baja, cuando el ampere es más chico. Ahí te desconectás. La electrocutación es una cosa de otro mundo, aunque esto que digo es una paradoja, porque electrocutarse es meterse como nunca en este mundo y todo lo que eso significa, incluido tu propio cuerpo. Me gusta electrocutarme entre una y dos veces por semana. Mañana voy a cumplir 39 años y la verdad que me siento un pibe. Hablando de pibes, hace tiempo que le estoy enseñando el oficio al mío, al mayor. Además tengo una hija, más chica. A mi mujer no le cuento nada de todo esto, porque no me entendería y seguro que me arma quilombo. Hoy a la tarde vamos a ir con mi hijo a la fábrica de un amigo mío, que también conoce el oficio. Nos vamos a electrocutar un rato. Seguro va a estar bueno, porque ahí tienen fuerza motriz, circuitos trifásicos de 380 voltios.



Publicado en el interpretador.

8 comentarios:

Fideos con manteca dijo...

muy buen cuento.

Anónimo dijo...

como dice un amigo, por la anécdota.

saludos.
nos leemos.

Anónimo dijo...

No sé si era Iggy Pop el que decía que en época de vacas flacas se pegaba electroshocks caseros para ponerse a tono... Quien sabe, con esa formación,por ahí le sale un hijo Punk.

Saludos

Diego dijo...

Rex,

Está bueno el cuento. Me gusta el tono del narrador, una especie de psicópata tranquilo, alguien que habiendo tranquilizado su locura pudo inmiscuirla en el mundo sin que ningún cortocircuito se produzca ya. Desde ahí nos cuenta su relación con la electricidad. Hay en el cuento un par de frases muy buenas, a ser, "Yo estaba seguro que no me iba a morir, porque cuando empecé a trabajar aquel día, recé y hablé con la electricidad."
La electricidad sería un cóctel entre la religión y la droga (sabemos que han sido equiparadas por un señor barbudo hace unos años).

Saludos

Loyds dijo...

bravo amigo, sus relatos 2006 vienen eléctricos posta !!
salu2

principio de incertidumbre dijo...

Me re gustó.

Hay algo raro (no encuentro algo mejor que decir) en eso de amar la electricidad, ese impulso violento (que es el mismo que usan las neuroanas, che). Cuando se corta la luz, en donde vivo, voy con una escoba de madera, para subir el interruptor de nuevo. Y es un quilombo.
El papá de unas amigas, se electrocutó feo una vez, y se cayó de una escalera alta y la mano le quedó hinchada y quemada, bastante tiempo.
En una época romántica (primeras clases de la universidad y lecturas raras) me quedaba horas pensando en la energía de los átomos.

Había una película (que a mí me re gustaba) de un chico que cuando la mamá estaba embarazada le cayó un rayo y luego el quedó como eléctrico, y podía escuchar cosas de los animales. Es muy linda.

Anónimo dijo...

me muero por mammar mínimamente tal memoria metonímica, a la vez mentora de una gran mímesis marsupial.

Anónimo dijo...

Muchas gracias!