viernes, marzo 31, 2006

LOS HIJOS DE LOS FRESEROS

Los freseros se levantan temprano
y en un molde inyectado de saliva
dormimos nosotros,
pero la cabeza de tan duro
apoyo
de acero al carbono, de acero aleado
al cromo,
nos llena de pesadillas y de voces:
¡Manganeso!
¡Tungsteno!
¡Molibdeno!
¡Levantate!

Temprano pero tan lejos del reloj
colgado en la pared de nuestros padres los freseros,
los hijos caminamos adentro de los ojos
pegados con la gotita del sueño
hasta el baño.

En el agua de la canilla oxidada
despegamos los párpados y vemos
el delta
negro, rojo, albiceleste,
arremolinándose al fondo
de los caños.

Cuando uno está despierto como el hijo
de un fresero al mediodía,
la televisión se enciende y el
compañero de la facultad
te llama por teléfono.

¿Qué país fresa uno con las ruedas dentadas
de su máquina ensalivada y tan íntima,
pero del mundo?

La transmisión traca que te traca en la cocina
mientras desayunamos un almuerzo
de voces y jala
el gatillo nuestro razonamiento
que va, que vuelve armado, ¿qué seremos?
¿estrellas frías en el techo?
¿rojas en la bandera?
¿entintadas en la impresora?

La constelación contemporánea es la figura de un Félix
en la viruta acumulada debajo de la fresa
de los freseros,
nuestros padres que insisten día a día en levantarse
temprano
pese a la jubilación.

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