Hacía tiempo que buscaba al Loco Gatti. Estaba encaprichado, era mi ídolo. Y el de mi vieja!
Una tarde estábamos en el porche de mi casa con Martín y el cabezón, jugando a las figuritas. Empezamos a cambiar. De pronto la vi, casi al pasar, entre los dedos rápidos de Martín, que revisaba su colección. Sí, era Gatti, estaba seguro. Ojo, en realidad Gatti no era tan difícil, porque era un jugador conocido, pero a mí se me negaba. Y cuanto más me esquivaba esa loca, más la deseaba. Le dije:
—Che, Martín, ¿tenés a Condorito Ramos de Newells? (Esa era difícil de verdad)
—Ni en pedo.
Y sin demostrar mucho interés, agregué:
—¿Y al loco Gatti?
—Sí, creo que sí, a ver, sí, acá está.
—Ah, mirá, bueno, te la cambio por ésta —y le mostré a Andreuchi de Quilmes (un verdadero tesoro).
A Martín se le pusieron los ojos como dos huevos duros. Pero sospechó enseguida, el turrito. Me miró un rato en silencio. Después me dijo:
—No sé, no sé, ésta es la única que tengo de Gatti.
El cabezón saltó al toque, y acercándose a Martín, le dijo en voz baja (igual escuché):
—¿Pero vos sos boludo?
—Callate, no te enganchés –le contestó Martín.
Después, dirigiéndose a mí, me propuso:
—Juguémoslas al midi. El que llega más cerca de la pared se queda con las dos.
Mmmm, aceptar era peligrosísimo. Si perdía, no sólo seguía mi mala racha con Gatti, sino que además me quedaba sin el tesoro Andreuchi.
—No, dale, cambiemos –le dije.
—No, midi o nada –me contestó.
Lo pensé, lo pensé, lo pensé...
—Bueno.
Era el midi de mi vida. Acordamos cruzar a la vereda de la Maico, porque las baldosas eran lisas, no como las de mi casa, que tenían canaletitas donde las figus se incrustaban.
Martín tiró primero. Fue bastante conservador. Su Gatti voló despacio y con curva. Se quedó a unos diez centímetros de la pared. No estaba mal, pero era absolutamente ganable. Yo jugaba bien y tenía práctica. El midi era mi favorito entre los juegos de figuritas. Convencido de mi triunfo disparé un tiro recto, sin mucha rotación, destinado a la gloria inevitable, que me esperaba en la línea de meta entre la pared y la última baldosa.
El goleador de Quilmes surcó el aire, y los mares y la tierra y el tiempo mismo en aquella palomita, la más importante de su carrera.
Parado sobre el cordón la vi, con gracia, pasar encima de la anteúltima raya, después sobre el mismo Gatti postrado y tocar, por fin, la última, la delgada línea final. Pero la actitud de Andreuchi era sobradora, un grito de gol antes de que la pelota tocara la red.
La figurita pegó en la parte inferior de la pared con demasiada fuerza, así que rebotó. Padrenuestro, Dios te salve María, pero no hubo caso. Andreuchi cayó vertical en el piso y empezó a rodar hacia nosotros, debido a la suave pendiente inclinada de la vereda, que caía hacia la calle por el desagüe.
Finalmente se detuvo: era una derrota total.
Martín levantó las dos figuritas, me saludó rápido y se fue. El cabezón lo acompañó. Se iban riendo en voz baja. Yo me senté en la vereda. Apenas lo hice cayó una gota del cielo, después otra, después otra.
Apoyado sobre el respaldo blanco de la catástrofe me mantuve en la nada, preso de la percusión repetitiva sobre mi cabeza, tuc, tuc, tuc, golpeaban pero yo prácticamente no me movía, hasta que el agua empezó a chorrearme por la cara. Entonces reaccioné. Me puse de pie nuevamente y corrí al almacén de la Juanita.
—Juanita, ¿me puedo agarrar la tapa de una botella vacía?
—Sí, Juanegriego, pasá.
Desenrosqué de una botella de vino y salí a la calle: se había largado con todo.
Crucé, puse el barquito en la zanja y lo acompañé por la orilla. Pronto se lo llevó el zanjón de Boris Karloff en Giribone, después los rápidos llegando a Mariquita Thompson. La tormenta hacía globitos y paragüitas por todos lados. Estaba empapado. Las figuritas que quedaban en mi bolsillo, después lo sabría, se convertían en una masa enchiclada.
Pasaron varios minutos y ahora me encontraba a siete cuadras, casi llegando a la General Paz, antes derrotado, ahora corriendo y corriendo a la par de mi tapita de vino en la zanja cada vez más caudalosa, en una carrera que parecía infinita, hecho carne infantil para la lluvia y los vecinos refugiados que me señalaban desde abajo de los techos, libre pero desesperado, como una tortuga recién nacida en busca del mar, perseguida por cangrejos y gaviotas.
10 comentarios:
El midi es el punto? Nosotros jugábamos al punto.
casla, amigo, no me acuerdo cuál era el punto. En Celina le decíamos toqui, o creo que chupi, al que se trataba de golpear las figuritas contra el piso para darlas vuelta. También estaba el midi -el juego de este relato-, que consistía en tirar la figurita más cerca de la pared que el rival. Creo que si una quedaba parada contra el borde, eso se llamaba espejito, y si otra quedaba encima de esa era doble espejito. Algo así. Después estaba la tapa, que consistía en tapar la figurita del otro.
Cómo era el punto, de qué se trataba?
abrazo
En la escuela 8 de Patagones no tenían nombre específico los juego de las figuritas, sólo eran "a las figus". Igual no sé mucho, porque nunca fui muy buena en eso de hacerlas pegar a la mano, arqueada, y llevarlas a la pared.
:( Y una vez que quise meterme, me ligué un beso a la fuerza, de un tal Ceferino, que ni me gustó.
¿Qué edad se supone que tienen los protagonistas????
Y no entendí lo de la tapita de vino. Si es algo, como premio consuelo o qué.
Igual muy lindo.
Hola Principio...
La edad de los personajes es igual que la mía: 34 años.
Lo de la tapita de vino era otro juego: poner tapitas en la zanja durante o después de la lluvia. En general se trataba de carreras, aunque en este caso fue una navegación solitaria.
cómo fue eso del beso? cumpliste una prenda?
saludos
Entonces yo leí mal el cuento. ¿Tenían 35 en el cuento?? Yo pensaban que eran nenes, y pregunté, porque si eran pibes, me daba medio bronca que sean medio cancheritos y hablen como de mucha edad.
¿Cómo se ganaba a lo de las tapitas???
En realidad, ninguna prenda, el pibe me arrinconó, y por más que yo lo empujé me dio un "beso". Que hasta, creo, escupí. Contaría como primer beso. Pero yo quería besos lindos, así que ese no contó.
Perdón si malinterpreté el cuento.
Todo bien principio, no es nada grave.
Pero no, 34 años tengo ahora, y deben tener esos chicos que aperecen en el relato. Hace mucho que no los veo.
En el cuento somos niñitos de primaria.
Parece que tu primer beso fue un poco traumático. El mío fue en un verdad consecuencia, en 6to grado. Parece que había que dar sólo un piquito, pero yo me quedé ahí enchufado como 5 o 6 segundos. Después mis amigos me hacían preguntas. Había sido en la casa de una nena, Maribel, y fue justo con ella que me tocó el consecuencia.
Saludos
"como una tortuga recién nacida en busca del mar, perseguida por cangrejos y gaviotas". Buenísimo Rex. El relato me encantó. Nosotros nunca jugamos al midi, como que ya era un juego viejo para cuando eramos pibes. Jugábamos al chupe. Ahí perdí, también, mis mejores tesoros. Como un lineman imposible que sólo volví a recuperar en un paquete de yapa que me vino pegado a otro que compré (a propósito, qué alegría infinita era cuando pasaba eso).
Un abrazo
Gracias José!
un abrazo
Me encantó la forma en que lo contaste las metaforas que utilizaste me encanta que sea una historia veridica y lo del juego es lo mas veo buenisima la oportunidad de tener 34 años y acordarse de esto que es un tesoro de la niñes me fasinó todo lo que dice el relato.
Muchas gracias Bel!
saludos!
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