miércoles, septiembre 27, 2006

Objetos maravillosos 13 - Pastorcita perdida

Agarro la pinza rosario, la chata y el alicate. Corto un pedazo de alambre de alpaca 1, 25. Me acuerdo de las rejas de las casas. Hago firuletes chiquitos, que llamo "minipartes". Las acomodo sobre el ladrillo refractario hasta formar el dibujo que imagino. Una vez presentado el rompecabezas, mojo el pincel en el frasco con fundente. Pacientemente, abandono una gota en cada unión. Abro la garrafa y enciendo el soplete de mi soldadora. En el cuarto hay música. Pienso cosas. Mis metales favoritos son el cobre y la alpaca. El cobre porque siempre me gustó la electricidad. Una vez hice una instalación trifásica, en el secundario. Trescientos ochenta voltios: fuerza motriz. Yo estudié en un colegio industrial, en el barrio Piedrabuena. Cuando entré tenía miedo. Industrial, colegio de varones, industrial, colegio sin igual, industrial, no entran mariquitas ni nenitos de mamita como en el comercial. En la mano izquierda, el alambre de plata; en la derecha, firme el soplete. Empiezo a soldar. La plata se deshace en las gotas de fundente. Es importante no mojar toda la pieza, sino la plata se desparrama y es un enchastre. Buen trabajo. Pero la gargantilla está negra, por el fuego de la soldadora. La tomo con la brusela y la meto en el frasco con ácido nítrico. Poco a poco se va limpiando; se descascara la negrura. Espero un rato. A ver. Perfecto, está limpia, pero muy opaca. Unto un poco de pomada brillametal en uno de los trapos de la pulidora. Prendo el motor. Acerco la pieza y le doy vuelta y vuelta durante un rato. Una tarde mi papá vino a casa con una soldadora que le prestaron en la fábrica, porque quería hacerle una rejita al medidor de gas, para que no se lo roben. Yo soldé un par de barrotes. Al otro día me agarró arena en los ojos. Arenosa, arenosita, tapa las huellas de Celina, de Haedo, de Boedo y de Flores, arena, arenita, dijeron que no me asuste, que a veces pasaba, pero que no me refriegue. Una semana después de eso, subí a la terraza a descolgar la ropa. Fue una mañana. Había pasado algo: estaba todo inundado. Llamé a mis viejos y subieron a ver. Mi abuelo también. Habían serruchado el caño de plomo que iba al tanque de agua. Bueno, otra vez me fui por el costado. Lo que pasa es que al pensamiento le agarra efecto de Joule: donde hay corriente también hay producción de calor colateral. Listo, está brillante. Agarro el alambre 0,6. Hago unos eslabones "gotita" y los engancho al cuerpo 1, 25. Le pongo piedras de escaya. Las que más me gustan: amatista y granate. Agrego más eslabones: "gotas", "S" y "resortes", hasta formar una cadenita. Hago un gancho "macho" y uno "hembra". Bien, la gargantilla está terminada. La llamaré "Eleva tu glamour hasta las nubes”.
Pasan algunas horas. Tomo el Sarmiento y después el 41. Entro a Plaza Francia. Saco las cajas de la mochila. Me acerco a un grupo de chicas:

—¿Quieren ver objetos maravillosos?
—Sí —me contestan—, si son maravillosos.

Una morocha se prueba la gargantilla. Se mira en el espejito.

—Se llama "Eleva tu glamour hasta las nubes".
—Jaja, qué linda que es.
—Sí, y no tengo adjetivos para describir lo bien que te queda. Pero cuidado, manejala con precaución porque tiene inmensos poderes afrodisíacos.
—Guau! ¿De verdad? ¿Cuánto cuesta?
—Cinco pesos.
—Bueno, me la llevo.
—Bienvenida al éxito.

Pasan años. En la casa de mis padres un tornero que lleva mi apellido sigue levantándose temprano y en un molde inyectado dormimos mis hermanas y yo, pero la cabeza de tan duro apoyo, de acero al carbono, de acero aleado al cromo, aumenta la temperatura de la fragua y el cerebro con incrustaciones va del rojo vivo al rojo blanco. Entonces la masa golpea y aplasta en el yunque: ¡Manganeso! ¡Tungsteno! ¡Molibdeno! ¡Arriba que es la hora! La máquina herramienta frentea y devasta mi tiempo. Las fotos pierden color, apretadas en una morsa que siempre está cerrándose. Ahora, voy caminando por Callao. A la altura de la calle Perón me cruzo con una chica. El día se está dando vuelta. Su cuello me llama la atención. Miro bien. Ante mis ojos pasa, fugaz, la imagen de una de mis gargantillas. Ha perdido brillo, pero cómo no reconocerla. Miro hipnotizado lo que queda de ella. El instante se alarga. Oscurece. Y la chica pasa. Se aleja. Estoy parado en plena calle. La sigo mirando. El semáforo está en verde. Los coches me tocan bocina. Subo a la vereda. La vieja clienta se va. Tengo la impresión de que la ciudad se achica y se agranda, cada vez más rápido, a la par de mis latidos. La gargantilla desaparece. Cuando la hice, yo vivía en otra casa, tenía otra novia, estaba escuchando música, llevaba el pelo más largo, pensaba cosas que no recuerdo. Ahora, la noche quema su fuego en la luz, abajo besa su cuerpo al partir, con un dejo de negro en su adiós, sin voz, sin Dios, sola con tu nombre, pastorcita, apretada al cuello de la figura que se achica, progresivamente, en el horizonte de la calle, hacia el río.

Objetos maravillosos - 12 --------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

7 comentarios:

Penélope dijo...

simplemente HERMOSO
(continuo en otro momento)
besos

Anónimo dijo...

gargantilla s que brillan por la ciudad, con la potencia del recuerdo
lindo

Nora Fiñuken dijo...

está brillante
es una gargantilla
bueno, en fin, me gustó

Vivian dijo...

Poderosas imágenes. Un rastro de hermosas palabras.

Juan Dé dijo...

Muchas gracias a todos!
saludos

Mariposa}:{Mística dijo...

Precioso, uno sabe cuando ha dejado su huella, sabe donde la ha dejado y la ciudad se agranda y se achica es cierto.
yo vivo buscando mi gargantilla, Unique.

Anónimo dijo...

gracias mariposa!
besos