miércoles, abril 04, 2007

Carlitos el borracho y su historia del gato montés

Era la época de las tizas locas, de la remarcación. Mi viejos se pusieron nerviosos porque no les alcanzaba la plata y estaban intratables, así que preferí salir a la calle para despabilarme un poco.

En la esquina de la Juanita me crucé con Leticia y el Moncho, que venían de Lugano. Como no tenían nada que hacer, decidieron sentarse conmigo en la vereda. Era sábado tipo diez de la noche. Corría mayo de 1989.

En la terraza de Boris Karloff había un muñeco de jardín con cara de maldito, al que todos llamaban “El enano de Ugarte”. Estaba pegado en la cornisa mirando hacia la calle. Ésta vez le devolvíamos la mirada, con un poco de miedo, eso sí, debido a la superstición. Durante un buen rato quedamos hipnotizados, y con nosotros toda la cuadra, porque no volaba ni una mosca.

De pronto, empezamos a oír una cosa rara aumentando su volumen, que nos sacaba del letargo. Era una voz que no conocíamos, áspera, que llegaba de la vuelta de la esquina.

El frío nos tenía acurrucados a los tres contra el paredón del almacén, con los ojos a medio abrir y las piernas casi dormidas, así que ninguno mostró intención de pararse para ver de qué se trataba el asunto. Nos limitamos a esperar, pacientemente, que la voz llegara hasta nosotros. Poco a poco, el sonido comenzó a ser más nítido:

“Era rubia y sus ojos celestes/reflejaban la gloria del día/y cantaba como una calandria/la pulpera de Santa Lucía…”

Enseguida, asomó el cantante. Era un hombre flaco y barbudo. Tendría unos cincuenta años, quizás más. Iba mal vestido, como un ciruja. Tambaleaba. En la mano traía una petaca. Lo acompañaba un gato grande, manchado en todo el cuerpo.

—¡Buenas! —nos dijo—. ¿Les molesta si me siento con ustedes?

—No, para nada. Siéntese —le contestamos.

—Mi nombre es Carlos, pero me dicen Carlitos, y ojo que no tengo nada que ver con el que ganó las elecciones, eh. ¿Cómo se llaman ustedes?

—Leticia, Moncho y Juan Diego.

—Un gusto, pibes.

—Igualmente. ¿De dónde viene?

—Ahora, de ninguna parte en especial, siempre estoy dando vueltas, pero en realidad yo soy de La sudoeste, que es un barrio que queda por allá atrás del Mercado Central. ¿Lo conocen?

—No —contestaron mis amigos—; Sí —dije yo—, me llevaron allá cuando era chico, para curarme una culebrilla.

—Ah, entonces conocés a la Chola. Esa mujer es propiamente una santa, curó a mucha gente.

—¿Y cómo se llama su gato? —le preguntó Leticia.

—No tiene nombre, porque él no es un animal doméstico, es un gato salvaje, un gato montés.

—¿Pero qué edad tiene el gato?

—¿Éste? Es más grande que yo. Es un tipo de gato muy longevo. Nos hicimos amigos hace muchos años. ¿Quieren que les cuente la historia?


Sigue acá.

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*Carlitos el borracho fue una persona real, que recorrió durante muchos años las calles de Celina. Flaco y barbudo, andaba vestido pobremente, cargando un bolso negro, y acompañado en algunas ocasiones por un perro y por un gato. Generalmente amable y bien predispuesto para la charla, los vecinos del barrio siempre lo respetaron y lo ayudaron. A veces, debido a su adicción al alcohol, se lo veía ensimismado y hasta violento, insultando a diestra y siniestra a personajes imaginarios que le disputaban la conciencia y la fuerza de voluntad. Cuando la borrachera, en dosis pequeñas de su petaca, era apenas un remedio contra el frío, Carlitos daba largas serenatas de tangos por las noches, roncando cada estrofa como si se le fuera el corazón, igual que a Malena, en voz de sombra. Hace mucho que no sé nada de él, ni siquiera si vive. Mientras estuve en la casa de mis padres, fui su amigo. A partir de ahora, intentaré documentar nuestras conversaciones en estos textos, que conformarán la segunda serie de relatos pertenecientes a la saga de Villa Celina.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Querido Lois ferdinand Celina: estuve leyendo las sagas que me gustaron mucho. Esto, particularmente, me pareció genial: "En sus noches se percibe una fina niebla, iluminada parcialmente por los viejos faroles del alumbrado, se escuchan ladridos de perros (que abundan), tiros lejanos y muy cercanos, y una especie de rumor difícil de clasificar que interrumpe frecuentemente el diálogo en las veredas, quizás una especie de pasado, un sonido de pasado, un gol de Tino en el campito mezclado con la risa de los pibes del grupo “Perseverancia” y las puteadas de Carlitos el borrach".

Anónimo dijo...

Muchas gracias amigo!
te mando un abrazo

Unknown dijo...

Yo escuché esto en vivo y sonaba muy bien, Juan Diego.

Y el Gaucho te tiene que hacer la 2da, como la otra vez: el Gaucho Entreyiano.

Anónimo dijo...

gracias funes!
el gaucho pedro la rompió aquella vez.
un abrazo

Nicolás Mavrakis dijo...

¿Existe en esa "Villa" la banda La Deambulante? Existir existe; quiero decir, ¿alguien la registra al menos por ahí?

Anónimo dijo...

los oí nombrar, creo que son de allá, del sudoeste, pero no sé exactamente de qué barrio, si de celina, aldo bonzi, mataderos, etc.
nunca los escuché-
saludos!