viernes, abril 02, 2010

Quiero meterme con las hormigas en el agujero del cordón, pero un agente me agarra de los pelos y me trae a la vía pública. Acá me rematan y me tiran en un charco común, junto a los adolescentes de la esquina. Vean el mar rojo donde navegamos, en células dormidas, los barrialistas de la clandestinidad. En las orillas, florecen los cabellos de los muertos, cortados en flequillos rectos sobre las veredas. En los acantilados de los Ministerios, se petrifican las manos de los músicos callejeros, formando púas de coral. En las antenas, rebotan las zapadas que hicimos en la década anterior, mientras velábamos a nuestros padres los suicidas. Ahora caemos nosotros, en el centro de la ciudad. Que soplen las armónicas del mundo, que las chanchas de las baterías marquen el compás, que distorsionen todas las guitarras. Lo que alguna vez miré, desaparece. El agujero del cordón abre su boca y ya no hay nadie que me retenga. Oscuridades sanitarias me manchan la piel y me insuflan gases tóxicos. Entonces, comienza el desmayo final. En esta cueva camino, así soy por ahora, camino por debajo de casas y calles, así seguimos por ahora, hasta una escalera caracol, que voy a subir, ahora mismo. Lento, llego a un campito claroscuro. Rodeado de plantas galvanizadas, a través de pastos transparentes, voy llegando al único árbol de esta pampa. Bajo su pentagrama sin hojas, me abandono y duermo, en oscuro blanco, como la luna que está allá.

Rock barrial (fragmento), Editorial Norma, 2010.

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