
Ese mismo año, los preceptores
y el profesor de Gimnasia, organizaron un campeonato de vóley para todo el
colegio. A nosotros nos gustaba jugar a la pelota, así que al principio no le dimos
mucha bola. Nuestros compañeros trataron de integrarse a buenos equipos y
pronto la grilla estuvo casi completa. Cuando faltaba un par de días para que
terminara la inscripción, Pity y yo seguíamos sin equipo. No me acuerdo si fue
en un primer recreo, o en un segundo recreo, cuando tuvimos una revelación: al
revés de lo que habíamos hecho con la LBA, ahora teníamos que formar un equipo
de vóley sin elegir, con los pocos jugadores sueltos que quedaban. Entonces,
notamos que los que todavía estaban disponibles eran los discriminados: el
gordo, el puto, el traga, el hombre mugre y el enano deforme. Nuestra alegría
fue inmediata: se nos presentaba la oportunidad de armar el peor equipo del
mundo! Teníamos que ponernos un nombre, y no me acuerdo a quién se le
ocurrió, pero en un momento salió: ALPI, ALPI boys! ALPI, por Asociación Lucha
contra la Parálisis Infantil. Nos reímos hasta llorar, nos reímos con esas
risas tontas de los púberes.
Pronto, toda la escuela se
enteró de la noticia y cuando empezó el campeonato sucedió algo increíble. Al
principio, se burlaban, pero la idea prendió tanto que las cargadas cambiaron
por aliento. Cada vez que jugábamos, se reunían los pibes de todas las
divisiones para cantar: Aalpii booys, aaalpii boooys, vaamooos aalpii boooys! Y
el equipo tuvo grandeza. Porque aunque no ganamos ningún partido, la garra que
pusimos conmovió a todos. Éramos los espartanos del racismo y la burla, seis
monstruos heroicos que amó toda la escuela.
Corría 1988. Después de que terminó
el campeonato, con Pity nos empezamos a ratear compulsivamente; y nos pusieron
20 amonestaciones a cada uno. Si me llegaban a echar, mi viejo iba a darme la
paliza de mi vida. Por suerte, zafé; en cambio Pity no, porque se mandó una de
las suyas y le pusieron 5 más, llegando a las 25. Cuando me enteré, lo cagué a
pedos por boludo. Después, con tristeza, nos despedimos en el último de sus
días. No me acuerdo si fue en un primer recreo o en un segundo recreo.
Al año siguiente, nacería Viejas Locas. Entonces vinieron las anécdotas fuera del colegio, los primeros recitales en la calle, las peleas, las tardes y las noches, lejos, lejos ya, de aquellos turnos mañana de los que siempre quisimos escapar.
Al año siguiente, nacería Viejas Locas. Entonces vinieron las anécdotas fuera del colegio, los primeros recitales en la calle, las peleas, las tardes y las noches, lejos, lejos ya, de aquellos turnos mañana de los que siempre quisimos escapar.