Hoy me levanté
temprano porque me duele la panza. Ayer a la noche fue el cumpleaños de papá y,
como todos los años, la abuela hizo fideos amasados por ella. Mi hermano dice
que el secreto de su receta es que los hace con mocos. Cuando dice eso, me da
mucha risa, y también asco, pero igual los como porque sé que mi hermano
miente. Él insiste en que esas pastas se hacen sin sal, porque los mocos son
salados, y que los mocos no son de la abuela sino de las amigas de la abuela,
que una por una le donan algo de flema para la cocina, así papá se pone
contento. Mi hermano dice que no tiene nada de raro comerse los mocos, aunque
él no se los come nunca, porque es muy valiente. La abuela sirvió los platos y
dijo, muy contenta: ¡fideos de espinaca, para que sean fuertes! Pero mi hermano
me dijo al oído:
—Son mocos
verdes; las amigas de la abuela están engripadas.
Yo escupí de la
risa y mamá nos retó.
—¡Chicos
pórtense bien!
—¡Quiero tener
un cumpleaños tranquilo, eh —agregó papá.
Me llamo Lucía,
tengo 11 años, pero me dicen Chiqui, porque soy muy chiquita. Miren, acá les
presento a mi hermano, se llama Jonás y me lleva 4 años, aunque mis padres
dicen que en realidad es más chico que yo, porque es muy infantil, o muy tonto,
digo yo. Jonás es quilombero y no respeta a nadie, dice mamá, pero eso pasa
porque es muy inteligente, dice papá. Yo la verdad no entiendo por qué, pero
conmigo siempre es bueno, aunque es cierto que con los demás muchas veces es
malo. A mamá le dice que se llama Jonás porque salió de la panza de una
ballena, ja já. Entonces, ella le tira cualquier cosa por la cabeza. Mi mamá
vive haciendo dieta, está obsesionada con su peso, aunque para mí no es muy
gorda.
Me duele la
panza, porque me cayeron mal los fideos de espinaca de la abuela, o los mocos
verdes de las amigas de la abuela, que cada uno piense lo que quiera. Mi
hermano dice que tengo gases. No sé, lo único que sé es que estoy acostada en
la cama y que mucho no me puedo mover, porque me da retorcijones.
—¿No te dan
ganas de ir al baño? —pregunta mi hermano.
La verdad que
no. Nada más me duele la panza, mucho me duele. Mamá fue a la farmacia para
comprar un remedio.
—Tranquila, ya
te van a venir las ganas, ahora te voy a contar algo, así te distraés. Cuando
estaba en primer año nos llevaron de campamento a Córdoba, que es un lugar que
tiene sierras. Las sierras son como las montañas, pero más bajas. En el camping
había muchos árboles, la mayoría palos borrachos.
—¿Los árboles
gordos?
—Claro, gordos
como mamá.
—Ay Jonás, no
digas eso.
—Bueno, la
cuestión es que a la noche los palos borrachos no paraban de tirarse pedos.
Otra vez me da risa y otra vez me duele.
—¿Los árboles
hacen eso?
—Obvio.
—No creo.
—Sí, nena, todas
las plantas están vivas y comen igual que nosotros.
—No comen igual.
—Ya sé que no
comen milanesas con papa fritas, bah, las plantas carnívoras capaz que sí, pero
lo que quiero decir es que: Comen.
—¿O sea?
—O sea… se tiran
pedos. No es muy difícil de entender: Todos los que comen se tiran pedos.
—Bueno, ¿y qué
pasó?
—Los guías del
campamento empezaron a tirar desodorante de ambiente en el bosque, pero no sirvió de mucho porque además de que
el olor seguía para mí que los insectos empezaron a estornudar, porque era impresionante cómo zumbaban los
mosquitos, cantaban los grillos. Los bichos se volvieron tan locos que
empezaron a entrar a las carpas. A mí se me llenó de hormigas la bolsa de
dormir y me picaron las piernas. Un pibe
me explicó que cuando una hormiga te pica, te deja un huevo. Tuve miedo de que
me empezaran a salir hormigas de la piel.
—¿Por eso
mamá dice que tenés hormigas en el culo?
—No. Eso es una
forma de decir, nena, esto era de verdad. A la mañana estaba lleno de ronchas y
en cada una dormía una hormiga bebé.
—Qué lindo.
—Lindo tu
abuela.
—Mi abuela es tu
abuela también.
—Buajj.
—Jonás sos
terrible. Decime, ¿las hormigas eran negras o coloradas?
—No sé de qué
color eran porque cuando entraron era de noche y mucho no se veía.
—¿Y qué hiciste?
¿Te nacieron las hormigas al final?
—No, porque
cuando estaban por nacer, me pasé pis por la piel, que es un insecticida
natural.
—¡Qué asco!
—Ja já, posta
que sí, porque si hubiera sido mi pis tanto no me molestaría, pero me dijeron
que tenía que ser de otro, así que le pedí a uno de los pibes que me llenara un frasquito.
—¡Mentira!
—Verdad.
—¡Mentira, nene!
—Verdad, nena. Y
hablando de esto, ¿vos sabías que existe un lugar dónde llueve pis?
—Decís cualquier
cosa.
—Te lo juro. En
el campamento, los guías nos dijeron que ahí cerca había un campo donde todos
los animales y los gauchos iban a mear, entonces cuando se evaporaba se
formaban nubes con orina.
—¿Y llovió pis
cuando vos estabas?
—Sí, un tremendo
chaparrón. Quedó todo el suelo lleno de charcos amarillos y después los
pajaritos venían y se bañaban, re chanchos.
—Jajaja, sos muy
mentiroso.
Se abre la
puerta y aparece mamá con un señor. Es petiso y tiene bigotes. Mi hermano me
dice:
—¡Trajo al señor
cara de papa!
—A ver esa
pancita —dice mamá—, mostrale al doctor.
—No pasa nada,
don —le dice Jonás—, nada más tiene gases.
El doctor lo
mira de mala manera, pero no le dice nada. Mi mamá lo echa del cuarto, pero
Jonás se queda igual.
—Es verdad
—dice, mientras me aprieta el estómago—, le hace mucho ruido.
—¿Qué te dije?
—le dice mi hermano a todos—. ¡Qué te dije! —repite y se manda la parte.
Jonás se pone de
pie, camina hacia la puerta del cuarto y antes de salir se da vuelta y se queda
un rato mirándome. Después, me saluda con la mano. Yo también lo saludo con la
mano. Al costado, mamá se queda hablando con el doctor, hasta que, de pronto,
ella dice, mirándolo primero a él y después a mí.
—Mmmm, qué olor, eh.
—Mmmm, qué olor, eh.
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