Códigos y lenguajes para leer más literatura*
La amplia consigna de esta mesa
me sugería, en principio, hablar de los soportes y modos de circulación
contemporáneos que se han sumado a la publicación tradicional del libro en
papel, hablar, por ejemplo, de internet, de las revistas digitales, de mi
experiencia durante años con el
interpretador, hablar de los blogs y las redes sociales. Hablar también de
las editoriales independientes o alternativas, del cooperativismo, las
cartoneras, la FLIA. Y hablar de ese fenómeno que se multiplica en varias
ciudades argentinas con los ciclos de lectura. El soporte más barato de la
literatura: la oralidad.
Pero la consigna también me
permite reflexionar acerca de un tema que me interesa y que también es un
soporte, o un lenguaje, habría que ver si puede definirse, esencial (y
atemporal) de la literatura. Me refiero a la emoción. Esa característica humana
que a veces se traduce en temor, a veces en esperanza, melancolía, alegría o
tristeza, y que sirve no sólo para explicar la fuerza que experimentamos como
lectores frente a algunas obras, sino también para intuir que la emoción puede
ser un modo de circulación literario, que, a veces, se suelta del cuerpo
elemental, del cuerpo en papel. Porque somos varios los que amamos los libros,
pero hay que decirlo: la literatura es más que los libros.
Por más que la biblioteca, por
tradición y costumbre, albergue las obras y nombres que pudimos amar o
rechazar, o que aún esperan, en casa, en la librería o en la escuela, nuestro
encuentro, o, en la mayoría de los casos, y debido a la cantidad enorme de
títulos, una lectura que jamás se llevará a cabo; la narrativa, la poesía, el
ensayo, se filtran además en otros soportes y disciplinas, e incluso en la vida
cotidiana.
Cuántas veces, las series de
televisión, los comics, los juegos de pc o PlayStation, recurren a estructuras
argumentales y procedimientos narrativos inventados por grandes maestros de la
literatura. Cuántas veces se dice de un periodista que tiene buena pluma, que
sus estilos son “literarios”. Cuántas veces, el cine, el teatro, las canciones
poseen, según algunas críticas publicadas en suplementos culturales, “el valor
de la poesía”. Todos hemos leído o escuchado alguna vez una opinión acerca de
una película que “tiene mucha poesía”, o un disco que “tiene mucha poesía”. En
el imaginario cultural, la idea de perfección o las grandes habilidades a veces
son explicadas como poesía. Una jugada de Maradona, puede ser poesía; besar a
la chica más linda del barrio, puede ser poesía; el pan del vendedor ambulante
en Plaza Francia, cuando yo vendía anillos. Probá, loco —me dijo una vez—, esto
no es pan, ¡esto es poesía! Poesía rellena, caliente, del continente, para toda
la gente.
Pareciera que, a veces, en la
percepción popular, la literatura abandona su cuerpo elemental y se reencarna o
irrumpe, fantasmal, en cualquier actividad artística, o incluso en la vida
real. ¡Cuánta literatura tiene la vida real! Me acuerdo de mi barrio Villa
Celina. Siempre que iba al almacén de la Juanita a hacer los mandados, los
vecinos, igual que los antiguos que contaban historias en torno al fogón o a
orillas de un río, interrumpían las compras, para contar leyendas urbanas o
chismes, muchas veces exagerados o fantásticos. Entonces, la Juanita se quedaba
como congelada, con la mano en la caja de los bizcochitos, o con el queso a
medio cortar. La aguja de la balanza no marcaría el kilogramo pedido hasta que
el paréntesis —lo que le pasó a Tino, el incendio en el kiosco, la historia del
Hombre Gato— se cerrara. A mí la vista se me nublaba, porque la literatura
había desembocado por cualquier agujero negro al corazón de mi infancia y mi
barrio, en aventuras, temores y humores dignos de mi colección amarilla de Robin
Hood.
Los códigos, los lenguajes, los
soportes de la literatura son innumerables. Lo importante es abrir la mente, el
corazón y los sentidos, para que la experiencia sea enriquecedora y, por qué
no, transformadora. La lectura, como los viajes, tiene turistas y viajeros. Los
primeros cargan su mochila —costumbres y morales— y jamás se despegan de ella,
no pueden leer más que sus pretensiones o prejuicios. Hacen las excursiones que
dicta el paquete turístico y se sacan fotos a diestra y siniestra. Y están los
otros, que dejan la mochila para llegar más lejos y embarcarse en los enigmas y
los ritmos de la otredad, viajeros en tensión o intensidad, que pisan datos
escondidos y puntas de iceberg.
Ya se sabe, que en la
literatura las cosas no son lo que parecen. Por eso es importante lo que se
dice y lo que no se dice. El lector debe prestarle atención al silencio y tantear
allí puertas escondidas que abren nuevos pasajes. Puestas bajo una luz negra,
las entrelíneas se revelan escritas con vinagre y limón, oraciones y sentidos
que generalmente no escriben los autores, sino que se dan involuntariamente.
Porque la literatura es creación, pero también es descubrimiento. Por eso, no
tiene sentido el afán de comunicación. No se trata de Emisor – Mensaje –
Receptor, sino de una experiencia que contiene múltiples capas. Es inútil la
pregunta de algunos autores: ¿Se entendió lo que quise decir? Como si la
respuesta afirmativa significara que entonces es bueno y la negativa que es
malo. Los cuentos, poemas, ensayos, que aspiran sentidos únicos, sirven como
paquetes turísticos.
Ya se sabe, que la literatura
no nace de un repollo ni flota en una burbuja. Así como irrumpe en la realidad,
a veces suelta de cuerpo y de libros, también en ella se origina, por más imaginativa
que pueda ser. El lector debe prestarle también atención al ruido y tantear
allí puertas escondidas que dan a la calle. La literatura produce, más allá de
sus licencias creativas, documentos subjetivos que dan cuenta de otros aspectos
de la comunidad, de la cultura, de la política, ya que por más que no aspira a
la rigurosidad o a criterios científicos, como sí podrían hacerlo la Historia,
la Sociología, la Antropología, es, sin embargo, un acceso valioso para
comprender el espíritu de cada época. Cuando uno por ejemplo lee un texto
literario sobre Eva Perón, o sobre la dictadura, no necesariamente se informa
de hechos reales, pero sí de una emoción, de un sentimiento individual o
colectivo, que se ha expresado en un lugar y en un momento particular.
En la fundación de la
literatura argentina, hay una emoción fundamental, que luego se actualizará en
distintas épocas y personajes. Me refiero al miedo. Cuando uno lee, por
ejemplo, El Matadero, o La Cautiva, de Esteban Echeverría, se
encuentra ante representaciones del miedo, versiones locales del romanticismo
de estas tierras, frente a la melancolía imperante en la pintura romántica
alemana o la poesía inglesa de los laguistas o los satánicos. La literatura
argentina ofrece, desde mucho tiempo antes que la difusión compulsiva del
delito que hacen los medios de comunicación, versiones del famoso drama de la
inseguridad.
Esta emoción a veces cambia, a
veces se va, a veces vuelve. La anécdota del unitario de El matadero se repetirá muchas veces. En el siglo XX, el peronismo
actualiza el temor fundante, y la literatura ofrece nuevas versiones, de uno y
otro lado, entre las más conocidas podríamos citar textos que se han vuelto de
uso escolar, como “La Fiesta del Monstruo”, de Bustos Domecq; “Casa Tomada” y “Las
puertas del cielo”, de Julio Cortázar; “Cabecita Negra”, de Germán Rozenmacher;
“El niño proletario”, de Osvaldo Lamborghini. Siempre, te quieren matar, te
quieren violar. Los ejemplos son muchos, incluso en la Televisión. La anécdota
de El Matadero se repite, también, en
Okupas, la serie de Bruno Stagnaro
que inaugura el realismo sucio en la TV argentina. En el capítulo 4, titulado “El
Beso de Judas”, el protagonista, va al Docke y allí encuentra su propio
matadero, se convierte en el mascapito,
lo quieren matar, lo quieren violar. Esta enumeración es solo un ejemplo, un
sistema literario entre tantos otros, que también ha sido basado en una
emoción.
Paranoia y Parodia, explica Ricardo Piglia, son
las formas que adoptan estos relatos herederos de aquel cuento de Esteban
Echeverría. Paranoia: Casa Tomada del Matadero; Parodia: La fiesta del monstruo
del Matadero. En la periferia, que, al principio, llamaban desierto, lo cual
resultaba una paradoja, ya que era un vacío-lleno, donde habitaba el otro.
Primero, el indio; después, el gaucho; después, el inmigrante; después, el
cabecita negra; después, el villero, amenazando a la ciudad, como piojos
dispuestos a saltar la avenida de circunvalación y enfermar La Cabeza
de Goliat, como llamó Ezequiel Martínez Estrada a Buenos Aires.
Y en esa masa oscura que rodeaba a la luz (de la
ciudad), no fue necesario que se levantaran criaturas fantásticas como “El
Coloso”, de Goya (del Romanticismo español). Acá, como dijeron los realistas
mágicos, no había que inventar nada; la realidad americana ya es fantástica,
exuberante, desproporcionada. Para centauros bárbaros, hubo indios; para chusma
hormigueante, hubo gauchos y caudillos; para zombies, descamisados del 17 de
Octubre; para mutantes, obreros de fábrica transformados en remiseros y
vendedores ambulantes a finales de la década del 90. Si la historia de nuestro país
es la historia de las personas; nuestra literatura, en gran medida, es la literatura
de los monstruos que supimos conseguir.
La
literatura es muchas cosas, y entre tantas, también, un archivo de emociones.
Quizás por eso, genera tantos amores y odios. Cuanta más literatura recorramos,
más completas serán nuestra memoria y nuestra identidad, ya que el lector, como
la literatura, se hace al andar.
*Texto
leído en el 17 Foro Internacional por el Fomento del Libro y la Lectura,
Resistencia, Chaco, 2012.
2 comentarios:
cuando cemoence a utilizar internet , a hacer amigo en las redes , a chatear etc. esa sensacion tambien la tenia , parecia haber cierta frialdad , falta de sentimentos en la expresiones , quizas a veces no entendia las maneras de expresarse de los otros, pero fijense que las compare ( y aqui capaz me maten) ca cuando comenzamos a ser lectores al ppio. no entendiamos nada de esa magia de la que nos hablaban , eso de transportarnos a otro mundo... hoy luego de varios año como cibernauta puedo afirmar que aqui podemos sentir , ver mas alla , comprender ..... quizas sea producto de ser lectores , contandose esto como experiencia........
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