Un vendedor ambulante
baja del colectivo y salta la reja del predio
porque le contaron que toca León Gieco;
Debe haber mucha gente –imagina- mientras pasa
la canasta atada con pañuelos hindúes,
caras de parsec pegadas al mimbre,
cortezas de árboles escritas con ofertas del famoso
pan del continente para toda la gente…
Cuántas caras,
vendedor de pan caliente,
en la multitud mirás vos
sobre las paredes de los Derechos Humanos
cuyos graffitis de la Revolución Cubana se han mezclado
con dibujos de portaviones hechos a mano
por los cadetes que estudiaban la guerra
a través de los espejos en los bosques encantados
y las montañas nevadas de Nuñez;
magia blanca y negra como foto de la época,
o de mi percepción que llueve pálida en pitadas
memorias lisérgicas a la infancia,
a los héroes, o al sexo.
Cuelga los globos y enciende la picana,
usa cotillón y prepara el submarino,
yo te daré la bienvenida y la mala noticia:
no hay León en
ni clientes que puedan comprar tu pan exquisito;
el trigo es una yerba mala hecha con pelos humanos
de
pasto de las aves homéricas que,
en los árboles de siempre, recitan
y
Sopla el viento,
muerde como un zombie la erosión
a todo ser vivo o muerto que encuentra a su paso;
la carne es más dulce en
el viento de Buenos Aires gusta del sabor del sufrido,
ya todos saben que, por cultura, la alegría no es un bien
de
pero los troncos, como estatuas, siguen en pie;
sostienen altares cuyos sacerdotes —nuestros padres-
de Apolo disparan ramas como si fueran saetas
a los peregrinos del Museo y el Casino de Oficiales;
a veces dan en el blanco, a veces dan en el negro.
Viene la tormenta y a muchos les gusta,
creen que la lluvia lava la sangre pero no es así,
la lluvia penetra el suelo y saca a flote la sangre seca,
incluso las raíces, reblandecidas, se separan de los huesos;
los charcos de agua se vuelven ácidos
y al caminar se me derriten las zapatillas;
en puntas de hueso me voy abajo,
me hundo inexorablemente hasta probar
la carne vegetal del cadáver mutante,
soy un insecto extraño de Kafka,
quizá un parásito al que le ha sobrevenido
la terrible necesidad —el hambre—
que ningún alimento conocido,
ni siquiera tus productos podrán saciar;
así que adiós pasajero del 15,
me voy –o me caigo-
a
a devorar con los gusanos
el fondo abierto.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario